Conmovernos en tiempos modernos

Implicarse hoy en día pareciera una misión imposible, casi suicida podría decirse. Vivimos en una sociedad donde abunda la productividad y la desconexión; sobre todo la desconexión con nuestro cuerpo y por default, con las otras personas. Nos volvimos profundamente individualistas. Hoy: Conmovernos en tiempos modernos.

No es novedad que la medicina occidental es mecanicista. Cada función está dividida en aparatos: aparato reproductor ( detalle no menor el nombre: solamente implicado en producir más personas, de deseo ni hablemos), aparato digestivo, aparato cardiovascular, etc. Y así, sin darnos cuenta, o sí, pero mirando hacia el costado; nos convertimos en una sociedad donde buscamos arreglarnos cual auto para seguir funcionando y en robots que no pueden conectar con las emociones (propias y ajenas).

Sin mencionar que esta medicina está sumamente sesgada ; aún en la modernidad toma como ejemplo a un hombre de 70 kilos y 1,80 mts. ¿Dónde quedan las mujeres, las disidencias o las personas que no entran en esos cánones?.

Se nos hacen difíciles los procesos y atravesar las incomodidades. Nos cuesta ponerle cuerpo a las situaciones y buscamos respuestas rápidas, que nos ayuden a volver nuevamente a la rueda del hacer y deber ser, cual hámster encerrados.

El sistema capitalista nos comió. No paramos. Hacemos sin medir el costo y las consecuencias. No frenamos. Y acá entra la medicación. No hablo solamente de psicofármacos, me refiero también a ese paracetamol que te tomas porque te duele constantemente la cabeza, en vez de preguntarte si te hidratas bien, fumas cigarrillo o estás todo el día a mate sin comer por horas.

También a la culpa que sentimos si un día nos sentimos mal físicamente o nos enfermamos “ Falté al trabajo porque tengo fiebre, voy a ponerme a limpiar la casa” ¿Te suena? Como si estar acostado porque tu cuerpo necesita descanso, fuese una pérdida de tiempo.

Sería hipócrita de mi parte ignorar la importancia del uso de fármacos, la realidad a veces puede ser vivenciada con mucha crudeza,crueldad y sufrimiento, pero es sumamente importante regular la misma y entender la expectativa, saber que tienen un comienzo y un fin. Es urgente abordar los padecimientos desde una perspectiva preventiva donde se refuercen los hábitos saludables, la presencia y la compasión.

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Sabernos amables y entender que estamos aprendiendo y haciendo lo mejor que podemos cada día, que sostenemos mandatos e ideas que nos son ajenas muchas veces. No apagar el síntoma porque existe la demanda de que hay que seguir, habitarnos y aprender a ser seres vulnerables y emocionales.
Hay cosas en las que nos quedamos cortos, el contexto y sistema no ayudan. La salud pública pende de un hilo, acceder a la misma de manera particular termina siendo, en muchos casos, un lujo. Consultas rápidas, poco contacto visual, fármacos rápidamente prescriptos y violencia disfrazada de burocracia. Porque la persona que te atiende, también es víctima de ese sistema. No justifica el maltrato, hay cosas que no se aprenden en la universidad, pero esa inmediatez es consecuencia de que los profesionales también somos personas y por lo tanto, estamos inmersos en las mismas dinámicas y problemas.

“ Las palabras tienen un gran poder” , me dijo una vez un maestro sabio que supo acompañarme en mi formación, y esa frase me quedó grabada a fuego. Cada palabra que decimos impacta en el otro y puede ser sumamente terapéutica o destructiva. Tenemos mucho por trabajar desde esta área.

Nos queda preguntarnos cómo podemos desde nuestro lugar cambiar la perspectiva hacia el otro. Lograr construir empatía. Sentar las bases de un trato donde jamás nos olvidemos que frente nuestro, hay una persona que está atravesando una situación de dolor y vulnerabilidad y que se acerca a nosotros para pedir ayuda. No somos mejores, simplemente tuvimos el privilegio y la oportunidad de estudiar. Y eso, nos lleva a la posición de poder compartir ese saber, en pos de hacer más liviana la vida de otros o simplemente de acompañar. Y desde el lado del consultante, saber que enfrente también existe a una persona, con dificultades y conflictos.

Conmoverse es perturbarse, es implicarse, es movimiento. Existe una química cerebral, nadie puede negarla. Pero quedarnos solamente en eso, sería reduccionista. No hay química funcionante si no tenemos en cuenta el contexto.

Los cuestionamientos comienzan cuando las necesidades básicas están cubiertas. Si yo no tengo un techo donde vivir, un plato de comida cada día, un entorno saludable, una base económica y el acceso a la educación, es difícil que pueda hacerme preguntas filosóficas y hasta incluso espirituales. Es prácticamente imposible que pueda permitirme tiempos de introspección y pausa cuando no llego a pagar el alquiler o no tengo con qué alimentar a mis hijos.

Ni hablar si vivo en una casa donde abunda la violencia. En la frase marketinera donde “ si queres, podes”. Dejamos de lado este concepto fundamental y caemos en las redes de la exigencia y la frustración cuando no estamos pudiendo. Y si, a veces no podemos con nada y eso no tiene nada de malo.

Somos seres sociales, nos impactan directa o indirectamente los acontecimientos de nuestra sociedad. Nuestro país atraviesa una profunda crisis socioeconómica y cultural, que inevitablemente nos conmueve y a la que debemos ponerle cuerpo y armar red.

Me quedan más preguntas que conclusiones. ¿En qué nos hemos convertido?

¿Resolvemos con medicación para poder seguir siendo productivos ante un sistema extractivista que nos intenta sacar hasta el último respiro? ¿Cuándo para la rueda?
¿Cuándo escuchamos a nuestro cuerpo? ¿Cuándo le hacemos lugar? ¿Cuándo nos permitimos descansar? y finalmente ¿ Cuándo tenemos la posibilidad de empatizar y conmovernos ante el otro?.

Esta nota y mi humilde aporte, busca repensarnos como sociedad. No podemos seguir pensando a las personas como máquinas que hay que arreglar, al menos no, cuando hablamos de Salud Mental.

Espero que nos invite a reflexionar sobre nuestro accionar y nos convoque a ver al otro. “Que el privilegio no te nuble la empatía”, cita Ita Maria.

Derechos de autor: Natalia Belén Lamónico

Médica especialista en psiquiatría- MN 161073 II MP 339118

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