El maltrato como forma de crianza

En una encuesta realizada por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación en conjunto con Unicef en nuestro País (1)*, el 46,4% de los adultos reconoció usar la violencia física para criar a sus hijos.

¿Por qué ese porcentaje sorprende? Porque evidencia que existe una importante naturalización de un acto que está prohibido por ley.

El artículo 647 del Código Civil y Comercial expresa: “Se prohíbe el castigo corporal en cualquiera de sus formas, los malos tratos y cualquier hecho que lesione o menoscabe física o psíquicamente a los niños o adolescentes.”

En este artículo me propongo transmitir qué se entiende por violencia, cuáles son sus tipos y ciertas estrategias que podrían utilizarse para evitarla. 

¿Qué es la violencia? 

Los niños forman parte de una relación de responsabilidad, confianza y poder con sus padres o adultos responsables, quienes tienen la obligación de cuidarlos y protegerlos. Los niños son personas que de alguna manera están en desventaja frente al adulto, se encuentran en cierta posición de vulnerabilidad, debido a su tamaño y por el hecho de estar en proceso de desarrollo. Precisan de un otro que los forme, cuide y proteja. Es importante, como profesionales de la salud y ciudadanos, estar advertidos que a veces ese proceso de crianza puede teñirse de situaciones que es necesario prevenir, identificar y erradicar.    

La violencia es una vulneración de derechos que tiene consecuencias negativas en el bienestar presente y en el desarrollo futuro de los niños. Perjudica su salud física y emocional, su desarrollo cognitivo, su autoestima, pudiendo también dificultar las relaciones que establecen con otras personas. 

¿Cuáles son sus formas?

Maltrato físico: zamarreos, golpes, tirones de orejas o de pelo

Maltrato psicológico: desprecios, gritos, insultos, amenazas, humillaciones, desvalorización hacia el niño o desinterés frente a lo que hace o dice, reproches o comparaciones con el objetivo de lastimarlo 

Descuido o abandono: desprotección, dejarlos solos o al cuidado de otro niño (hermanos por ejemplo) cuando aún no están en condiciones de estar solos. 

Existen otras violencias que pueden producir daños irreparables como el abuso sexual, y otras más sutiles o menos evidentes, pero que también dañan a los niños: no aceptarlos como son y pretender que sean de otro modo. También se ejerce violencia cuando no respetamos sus opiniones o no les damos lugar para crecer.

Estas acciones pueden generar una escalada de violencia difícil de detener. Los chicos educados en contextos violentos pueden creer que la violencia es la única manera de vincularse con otros. Así, es probable que aprendan que deben tratar a los demás con la misma violencia que recibieron. Los malos tratos y castigos no generan respeto sino miedo. Los aprendizajes, que deberían ser procesos agradables de cambio y transformación personal, se tiñen de malestar y angustia.

Estrategias para criar con respeto 

Sabemos que criar es difícil, complejo y agotador. Nos lleva al límite en muchos sentidos y puede que la paciencia sea uno de ellos. Por eso es un desafío encontrar modos que nos ayuden a construir contextos libres de maltrato para los niños.

Aquí les comparto algunas estrategias. Recuerden que para los temas de crianza no hay recetas ni soluciones mágicas. Puede que lo que alguna vez nos funcionó, no sirva la próxima vez o que lo que a otra familia le dio resultado, a nosotros no. Es cuestión de ir probando y observando, cada vez.

  • Anticipar lo que tienen que hacer los niños y explicarles cómo esperamos que se comporten, en cada situación. Eso los enmarca, les da cierto borde y contención.
  • Apostar siempre a la palabra. Hablarles en momentos y lugares donde puedan y quieran prestar atención. Luego asegurarnos de que nos comprendieron: “contame con tus palabras qué fue lo que conversamos… lo que acordamos… lo que te pedi”. 
  • Ciertas normas (“lo que sí”, “lo que no”) pueden escribirse y recurrir a ese listado cuando fuera necesario. 
  • El mensaje debe ser claro y coherente entre lo que decimos y nuestros gestos y también entre lo que decimos y hacemos. No exponerlos a ser testigos de escenas de violencia de género o  discriminación. 
  • Contener a los niños dando respuesta a sus angustias, llantos, necesidades para que aprendan a conocer y regular sus propias emociones.
  • Evitar los gritos (salvo en situaciones de riesgo físico o peligro). Los niños no aprenden con los gritos, obedecen pero muchas veces sin comprender. 
  • Transmitir los limites en tiempo presente, situaciones concretas y de manera clara.  En vez de: “Dejá de jugar y vení a comer ya”, podemos decir: “Ahora es hora de comer. Después de comer, podés seguir jugando”.
  • No calificarlos con adjetivos (“Sos malo”, “Sos tonto”) sino referirnos a las acciones que están mal (“Estuvo mal que pegaras a tu amigo” o “No me gustó que tiraras la comida al piso. Si no te gusta, la dejás en el plato”).
  • Evitar usar amenazas y represalias (“Dejá eso o me voy a enojar”, “Si no venís para acá ya, la vas a pasar mal”), ya que pueden generar angustia y no ayudan a que los niños comprendan el motivo de nuestra reacción. 
  • Ayudarlos a reparar cuando cometen un error. Los adultos también nos equivocamos y al darnos cuenta, podemos cambiar nuestra actitud. 

Apostemos a infancias y sociedades libres de violencia. Respetemos sus derechos y demos les la seguridad básica para que puedan crecer con tranquilidad y confianza.

(1)* Encuesta sobre Condiciones de Vida de Niñez y Adolescencia, 2011-2012.

Lic. Virginia Ruiz

Prof. Nivel Inicial y Nivel Primario

Psicopedagoga, especialista en Intervención y Estimulación Temprana.

Lic.virginiaruiz@gmail.com

@pamaternarte 

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