¿Podemos salvar la educación?

En un contexto cambiante donde la tecnología reina, la aulas no parecen tener muchas respuestas para dar. Por eso quisimos reflexionar sobre la urgente necesidad de hacer que los métodos educativos incluyan una asignatura siempre pendiente: el valor de lo humano

Trece años atrás, cuando las charlas TED no tenían ni una pizca de la popularidad que tienen hoy, un inglés de anteojos rectangulares y traje negro, se paró en el escenario y le habló al público: primero hizo algunas bromas, el público las celebró y, 20 minutos después, su presentación terminó convirtiéndose en un golpe seco en la cara del modelo educativo global.

“Al crecer no adquirimos creatividad, sino que la vamos perdiendo. O más bien, somos educados para perderla”, dijo. Con esa y otras frases, el experto en educación y creatividad Sir Ken Robinson convirtió al video de esa charla en el más visto en la historia de TED. Aquel speech no traía, especialmente, novedades. Otros especialistas ya venían diciendo lo mismo, pero él lo hizo fuerte y claro y la fuerza viral de Internet terminó de catapultarlo. A comienzos de 2019, ya había recogido más de 56 millones de vistas y había sido traducido a 62 idiomas.

En 2018, el empresario chino Jack Ma, fundador de Alibaba, la compañía de comercio electrónico más grande del mundo, estaba dando una entrevista en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, cuando le preguntaron sobre las claves de la educación. “No podemos enseñar a nuestros hijos a competir con máquinas que son más inteligentes: tenemos que enseñarles algo único“, dijo, y enumeró las habilidades esenciales que deben transmitirse a los niños: “Valores, creencias, pensamiento independiente, trabajo en equipo, el cuidado de los otros”. También agregó: “deportes, música, pintura, y artes”.

“No podemos enseñar a nuestros hijos a competir con máquinas que son más inteligentes: tenemos que enseñarles algo único”.

Jack Ma, fundador de Alibaba.

Como la charla TED de Sir Ken Robinson, ese fragmento de la entrevista a Jack Ma se viralizó y saltó de dispositivo en dispositivo.

Las discusiones en torno a la educación son muchas, álgidas, variadas; a veces productivas, otras infructuosas. Se habla sobre la formación docente, los métodos de evaluación, los currículums, las notas que obtienen los chicos en las pruebas internacionales, los salarios de los maestros, la integración a las aulas de las nuevas tecnologías, la importancia de enseñar el paquete de disciplinas agrupadas bajo el acrónimo de STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática, por sus siglas en inglés).

Esas conversaciones urgentes y necesarias, sin embargo, postergan la charla sobre los temas que no caben en las categorías tradicionales de “asignatura” ni ocupan los puestos jerárquicos en los currículums, como sí lo hacen otras materias.

“Arriba están las matemáticas y lenguas, luego las humanidades, y abajo están las artes. En todo el planeta. Y en casi todos los sistemas, además, hay jerarquías dentro de las artes. Arte y música normalmente tienen un estatus más alto en las escuelas que teatro y danza. No hay ningún sistema educativo que le enseñe danza a los niños todos los días de la misma manera que les enseñamos matemáticas (…) Creo que las matemáticas son muy importantes, pero también la danza. Los niños bailan todo el tiempo cuando se les permite, todos lo hacemos (…) Lo que en verdad ocurre es que, cuando los niños crecen, los comenzamos a educar progresivamente de la cintura hacia arriba. Y después nos concentramos en sus cabezas. Y ligeramente, en un lado de la cabeza”.

A ese “lado de la cabeza”, Sir Ken Robinson se refería al alimento que recibe constantemente el lado racional del cerebro, en detrimento del malnutrido hemisferio contrario, aquel en el que suceden los procesos creativos. Para él, ceñirse a formar a los estudiantes en las STEM es necesario, pero no suficiente. Dice que el arte, por ejemplo, no solo es importante porque mejora las calificaciones en matemática. También lo es porque “llega a rincones de la interioridad de los niños que de otra manera quedarían intactos”.

La otra educación

Imaginemos esta situación: Leonardo Da Vinci viaja en el tiempo y visita una escuela de nuestro tiempo. ¿Qué diría el genio del Renacimiento si hoy pusiera un pie en un aula? ¿Qué opinaría el hombre que no recibió la educación formal que se impartía en su época y a cambio pasó su infancia y adolescencia en medio de la naturaleza, observando el movimiento de los pájaros y todo cuanto ocurriera en aquel paisaje toscano, un ser cuya curiosidad y amor por el conocimiento lo convirtieron en artista, ingeniero, escenógrafo, anatomista y más y más?

“Creo que él diría que el problema de la educación contemporánea es lo que deja afuera: una educación sensorial a partir del contacto físico con el ambiente”, dijo en una entrevista a Sophia el filósofo y docente Esteban Ierardo, estudioso de Da Vinci.  Según él, el padre de La Gioconda propondría que los chicos salieran de las aulas y visitaran un jardín o un bosque para que pudieran admirar, sin mediaciones digitales, la estructura de una flor o de un copo de nieve. También, que estuvieran en contacto físico con el ambiente para cultivar el mundo de los sentidos, el asombro ante los astros y la complejidad del cosmos.

¿Es lo mismo enseñar lengua que transmitir el amor por la lectura? ¿Da igual compartir conocimientos sobre biología que la admiración por la naturaleza, o anotar fórmulas en el pizarrón que heredar a los chicos la fascinación por la magia de los procesos químicos?

En una entrevista a la revista chilena Mundo Nuevo, el psiquiatra Claudio Naranjo, creador del programa SAT para la educación psico–espiritual y autor de Cambiar la educación para cambiar el mundo, entre otros libros, comentó: “La persona necesita alimentarse de otra cosa que conceptos. La educación quiere encerrar a la persona en un lugar donde se la somete a una educación conceptual forzada, como si no hubiera otra cosa en la vida. Es muy importante, por ejemplo, la belleza. La capacidad de reverencia, de asombro, de veneración, de devoción. No tiene que ver necesariamente con una religión o con un sistema de creencias. Es una parte importante de la vida interior que se está perdiendo de la misma manera en que se están perdiendo los espacios bellos de la superficie de la Tierra, a medida que se construye y se urbaniza”.

“La persona necesita alimentarse de otra cosa que conceptos. La educación quiere encerrar a la persona en un lugar donde se la somete a una educación conceptual forzada, como si no hubiera otra cosa en la vida”.

Claudio Naranjo, psiquiatra chileno.

Vivimos en un mundo complejo y en un momento de cambios radicales. Los sistemas conocidos tambalean y nuevas formas de comunicación, de acceso al conocimiento, de economía, de política y de relaciones humanas emerge tan rápido que apenas tenemos tiempo de adaptarnos a un proceso, que enseguida tenemos un pie en otro nuevo. El consumo dirige la vida de la mayoría de los ciudadanos del mundo, mientras que el planeta acusa heridas aquí y allá. En ese contexto, ¿qué lugar ocupa, en las aulas, el desarrollo y la exploración de aspectos humanos poco atendidos en los diseños curriculares de las escuelas?

“Los seres humanos somos seres integrales, compuestos de cuerpo, alma y espíritu, y definitivamente estamos enfrentando la educación del ser humano desde un plan intelectual”, dijo Verónica Matus, profesora de pedagogía Waldorf, en una entrevista que dio a la mencionada revista Mundo Nuevo. “Hemos llevado la educación desde el egoísmo y de la no contemplación real y verdadera de quién es el ser humano, qué es este universo que nos acompaña, qué relación tenemos con ese universo, dónde está el punto de unión: por qué estamos acá. Ante eso, creo que se requiere que avancemos hacia cambios verdaderos, hacia un cambio profundo en la educación, por ejemplo. Sin embargo, si tenemos que cambiar la educación, tenemos que mirar al ser humano de otro modo. Para mí, es aquí donde surge la pregunta clave: qué entendemos por educación”.

Mariana de Anquin, psicopedagoga y autora de Niños brillantes, ¡¡¡todos los son!!! (Dunken), mira la tarea de educar desde uno de sus costados menos explorados: el de las emociones y el cultivo de recursos y espacios personales y grupales que escapan a los márgenes de las currículas escolares. Empatía, compasión, optimismo, sentido de propósito, resiliencia, flexibilidad, autocontrol, gratitud, cooperación, gestión de las emociones, capacidad de encontrar la calma y de sobreponerse a las pérdidas y el cuidado de uno mismo y de los demás, son los ítems a los que ella pone atención y los que busca transmitir entre quienes abrazan la labor de enseñar. Los llama “las habilidades del corazón”.

“Estas habilidades llamadas por la comunidad científica ‘habilidades blandas’ (soft skills), están ocupando desde hace algunas décadas el centro de las neuro-investigaciones. El interés comenzó por los años 90, partir de las declaraciones del divulgador científico Daniel Goleman, autor del best seller Inteligencia Emocional. ‘El cociente intelectual predice tan solo entre un 10 y 20% del éxito en la vida del éxito profesional. Esto deja un 80% y 90% del éxito de la vida en manos de las habilidades sociales y emocionales’, dijo Goleman. La educación ha comenzado a darse cuenta que desarrollar solo las habilidades duras, como los distintos tipos de atención, de memorias y razonamientos, entre otras, no es suficiente para dotar a los jóvenes con las herramientas que necesitan para enfrentar los desafíos del mundo actual”, expresó Mariana de Anquin a Sophia.

Su mirada coincide con la opinión del chino Jack Ma sobre la educación y la tecnología: “Actualmente, muchas de las habilidades duras las desarrollan las computadoras y los sistemas de inteligencia artificial, y lo hacen de una manera eficiente. Las generaciones actuales y las que vendrán necesitan cada vez más contar con las habilidades del corazón. Gestionar las emociones se ha vuelto una necesidad imperiosa para el bienestar humano y la convivencia con otros”.

La escuela de hoy es muchas escuelas, todas y cada una distinta a la otra, con ventajas y desventajas acordes a su realidad y a su entorno. Sin embargo, dice de Anquin, más allá de esas diferencias, hoy es necesario que los niños y jóvenes cuenten un repertorio amplio de habilidades y que se cultiven en ellos las fortalezas interiores del ser humano.

¿En qué estamos hoy?

“Hoy sabemos que emociones como la calma, la confianza y la ilusión contribuyen a la activación de todas las reservas mentales del ser humano. El desarrollo de una educación integral que contemple ‘educar el alma’ está naciendo como política educativa”.

Mariana de Anquin, psicopedagoga y autora de Niños brillantes, ¡¡¡todos los son!!!

¿Cuántos pasos ha dado la educación en ese sentido, sobre todo en nuestro país? De Anquin responde: “La educación actual está comenzando a incorporar programas de desarrollo de habilidades blandas. En muchas escuelas de nuestro país se implementan yoga, meditación y educación emocional. Si bien estas prácticas y la educación emocional no están explícitas en todos los diseños curriculares provinciales, los docentes lo implementan cada vez más. Ellos comprenden la relación entre los procesos cognitivos y el mundo emocional de los niños. Saben que a todo niño que le cuesta aprender al ritmo de sus compañeros, o que no se siente incluido, la pasa mal en la escuela, y que cuando nos sentimos mal, es muy difícil aprender, porque el malestar genera sentimientos de incompetencia, falta de claridad mental, vacilación en la toma de decisiones, y dificultades para recordar y para crear. Hoy sabemos que emociones como la calma, la confianza y la ilusión contribuyen a la activación de todas las reservas mentales del ser humano. El desarrollo de una educación integral que contemple ‘educar el alma’ está naciendo como política educativa”.

Las clases están comenzando esta semana en muchas escuelas del país. Escuchar que algo está cambiando lentamente, es auspicioso, sobre todo, si tenemos en cuenta lo que dice la pedagoga española Mar Romera, eso de que “Cuando hablamos de infancia, no estamos hablando de futuro, sino de presente”.

Por Carolina Cattaneo

Fuente: Revista shopia

Fuente imagen: El Confidencial

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