Cuando miramos la infancia

¿Como la vemos?

Sin dudas, la adultez como etapa de la vida, nunca llega a nosotros liviana y sin equipaje.

Viene colmada de nuestras vivencias como niños y de las huellas que han dejado aquellos por quienes hemos sido criados.

También está cargada de nuestras experiencias, nuestros miedos, nuestras frustraciones, deseos e ilusiones

Con todo esto en la mochila, nos lanzamos y experimentamos la compleja aventura de criar niños.

Y lo hacemos, con toda esta historia e inmersos en una sociedad que no nos da tregua y nos obliga a maternar muchas veces, en condiciones muy desfavorables.

Y ahí, en medio de todo este ecosistema caótico, perdemos de vista que un niño es eso, un niño. No es un adulto en miniatura. En un niño.

Que está aquí en este mundo, tratando de comprender de que va la cosa.

Asombrándose de lo más sencillo, descubriendo lo maravilloso del mundo que lo rodea.

Un niño se asombra, crea, imagina. Se nutre de toda esa información que ingresa a su sistema nerviosos, por medio de sus cinco sentidos.

No comprende de problemas laborales ni de silencios adultos.

Un niño no entiende de normas ni de leyes. De a poco, con el tiempo comprenderá, que necesita valerse de ellas para poder vivir dentro de su cultura y para hacerse de un lugar en el entramado social.

No comprende de maldades. No sabe hacer cosas “a propósito”.

Están experimentando, conociendo los límites reales, los del mundo, los tuyos y los suyos

Los niños no quieren hacer daño, no saben manipular, no saben de extorciones ni chantajes. Su cerebro no tiene la posibilidad de comprender estos mecanismos, su nivel de desarrollo aun no logra realizar estas operaciones tan complejas

Son trasparentes, si elegís mirarlos más allá de los años que los separan.

Ellos te cuentan lo que siente como pueden, te lo demuestran como le sale.

Lo dice en palabras, te lo dice en actos, te lo dice con sus acciones.

Nosotros adultos, si hemos atravesado tempestades.

Algunos han oscurecido más que otros. O simplemente se distanciaron de su propia esencia.

Otros todavía crean, imaginan y juegan. O directamente ya no recuerdan ni cómo hacerlo.

La simpleza, la honestidad, la sencillez y lo mágico de la niñez, se nos viene encima todo el tiempo.

Ese niño que ves tan suelto, tan liviano, tan honesto….

Ese niño que está ahí pidiendo un abrazo cuando lo necesita, diciéndote que te quiere porque no le da vergüenza…

Son los niños los que nos marcan el paso del tiempo. Es la niñez el recuerdo presente, de lo que ya no somos, pero si de lo que fuimos.

Esa plasticidad que se nos va, esos ojos con los que miran el mundo, alguna vez así fueron los nuestros.

Ayudarlos a construir sus identidades, a ser sujetos libres, es darle información.

Es mostrarles que hay opciones. Que lo que hoy no se puede quizás si se pueda mañana o quizás se pueda otra cosa en vez de aquella.

Es explicarles porque eso no, es contarles que mamá y papá son más grandes y que aprendieron un montón de cosas, por eso entienden que eso no debe hacerse enseñarle porque.

Pero mamá y papá no lo saben todo. También pueden aprender con ellos.

Los niños interpelan nuestra historia, el camino que recorrimos. Nos hacen de espejo. Nos hacen escuchar nuestras propias palabras, ver nuestras acciones en otros.

Hace bien no tener miedo de volvernos chiquitos cada tanto, de jugar en el piso y ensuciarnos. De sentirnos niños con nuestros niños.

Que cuando miren su infancia, la recuerden cálida, abrazada y divertida. Y nos recuerden a lado suyo, disponibles, sosteniendo y acompañándolos en el recorrido.

Eliana Patterer

eliana.patterer@gmail.com

Lic. en Psicología

Especialización en Maltrato en la Infancia 

@emesmujerymama

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