Enseñar a los hijos, a gestionar sus emociones

Para adentrarnos en lo que concierne a las emociones y su gestión, es necesario primero definir: ¿Qué son las emociones? Las emociones son consideradas son consideradas como pura energía que nos motiva a actuar.

¿Qué sentimos cuando estamos enojados? Cuando estamos enamorados? Cuando nos apasiona nuestro trabajo o concretamos un proyecto? Qué pasa en nuestro cuerpo cuando sentimos miedo? Podemos sentir en cada una se esas emociones, las respuestas corporales: gritamos, nos tensamos, nos ponemos colorados, aumenta la presión arterial. Todas esas emociones, a excepción de la tristeza, son energía pura, y buscan ser descargadas o liberadas. Es por ese motivo que, resulta importante poder encontrar una forma adecuada para esa descarga, haciendo elecciones sanas y responsables.

No existen emociones positivas o negativas, existen emociones placenteras (como la alegría) o displacenteras (como el miedo).

Al igual que todos los nutrientes que se reciben durante la primera infancia, que son los cimientos de la salud y el crecimiento físico, los nutrientes emocionales son vitales. Porque todas las habilidades para manejar los estados emocionales, tanto como las habilidades sociales aprendidas durante los primeros años, serán los recursos con los que contará la persona durante el transcurso de la vida para elegir y construir su futuro. Por lo tanto, no son las circunstancias (económicas, familiares, etc) las que nos determinan, sino nuestras elecciones. Claro que estamos influenciados, o en cierta manera condicionados por la enseñanza que recibimos, la cultura, el contexto; pero esto no nos determina. Por lo tanto, enseñar a descubrir sus emociones y habilidades, enseñar a gestionar y transitar esas emociones, son un recurso con el que pueden contar los niños para poder hacer elecciones sanas en la adultez.

Todos sabemos que vivimos en tiempos que no son fáciles, ni para los adultos ni para los niños. Tiempos apurados, llenos de actividades, escaso tiempo de calidad en los vínculos, la cultura del “ya”, etc. Si les enseñamos a los chicos a descubrir el mundo que existe hacia adentro, para que logren conocerse a sí mismos, descubrir su propósito en la vida aprendiendo a identificar sus emociones, necesidades y pensamientos, los veremos crecer con mayores posibilidades de tener una existencia plena. Este proceso de acompañarlos en el autodescubrimiento, significa caminar libres, donde cada persona tiene su propio camino de aprendizaje, donde no hay correctos o incorrectos. Y significa también, y principalmente, conocernos y re-conocernos a nosotros mismos. La meta es alcanzar la mejor versión de sí mismos, no hay competencias con otro, ni se busca tener buenas calificaciones en las evaluaciones del colegio. Cada persona tiene muchas “cosas valiosas” dentro de cada uno, el problema es que no sabemos verlo, porque nos acostumbramos a que otro ponga los parámetros de aprobación o desaprobación. Es por esto que es tan valioso que cada niño pueda autovalorarse y autodescubrirse y así, construir su autoestima, su amor propio.

La importancia de verbalizar y validar nuestras emociones

Así como les enseñamos a los niños el nombre de las cosas, las emociones también tienen que ser nombradas, para ser reconocidas. Muchas veces ellos experimentan emociones de las que no pueden hablar porque no conocen las palabras necesarias para expresarlas. Pueden llorar por tristeza, por enojo; pero si no pueden verbalizar o nombrar sus estados de ánimo, tampoco podrán saber qué es lo que sienten. Si no saben lo que sienten, difícilmente puedan resolver sus conflictos o problemas de la vida diaria. ¿Y nosotros, como adultos de referencia, verbalizamos lo que sentimos? ¿Cómo expresamos el miedo, la frustración, el enojo, la alegría? Si nos detenemos a observar las respuestas conductuales de nuestros hijos a diversas circunstancias que generen algún tipo de emoción, podremos ver que responden o tienen conductas similares a las nuestras. Por ejemplo, ante la frustración y enojo que les puede generar un límite, un “no”, ¿Cómo es la reacción de nuestros hijos?

El secreto está en reconocer y brindar a las emociones, un canal adecuado y saludable. El poder poner en palabras lo que sentimos nos permite pensar, reflexionar y así focalizarnos en resolver el problema, eligiendo la solución más saludable y evitando el impulso. ¿Alguna vez pudieron preguntarles a sus hijos qué sentían en determinado momento? Poder hablar de lo que sienten, disponiéndonos a escucharlos de manera activa, generará en el niño el hábito de nombrar y simbolizar sus emociones. Este tipo de habilidades de la inteligencia emocional, son aprendidas.

“No pasó nada, dejá de llorar, no exageres, llora porque quiere llamar la atención”… y tantas otras expresiones que usamos a diario casi sin darnos cuenta. Y si pasó! Llora porque tiene hambre, porque tiene frio, porque ahora no se puede hacer lo que quiere hacer, porque se le rompió el juguete, porque tiene miedo a los truenos, a la tormenta, a la oscuridad, porque extraña a alguien, porque no se quiere bañar, porque no quiere salir de la bañera, porque se cayó, porque se enojó. A los chicos les pasan cosas constantemente, igual que a nosotros. Y a eso hay que ponerle nombre. Hay que escucharlo. Hay que validarlo. Es como si dijéramos, “tiene hambre, no le den de comer”, o “sólo tiene frio, no lo abriguen”. Hay algo que es cierto, muchas veces sí, quieren llamar nuestra atención. Será porque no se sienten mirados, escuchados, valorados? ¿Y si en vez de mirarlos y llamarlos cuando “se portan mal”, lo hacemos también para prestarle atención a sus habilidades y recursos?

Cuando hablamos de lo que nos pasa, de lo que sentimos, y escuchamos lo que le pasa a un niño, generamos empatía en él empatía y le damos la oportunidad de aprender a manejar cada emoción placentera o displacentera.

Estrategias para ayudar a los niños a expresar sus emociones

Cabe aclarar que mediante la actuación, la repetición y la práctica, se aumentaran las posibilidades de que los niños adquieran la capacidad para poder expresar sus emociones.

  1. Ayuda al niño a reconocer su emoción. Por ejemplo, el enojo. De manera firme, pero tranquila, pedir al niño que respire profundo, dándole tiempo para que vivencie la emoción y que ésta disminuya su intensidad. Siempre acompañar al niño poniendo en palabras lo que está ocurriendo y validando sus emociones. Hacerle notar cuando logró calmarse, por ejemplo.
  2. Hablar con el niño y pedir que diga qué fue lo que le pasó, qué sintió. Ahí es cuando el niño tiene la oportunidad de expresar y simbolizar lo que siente.
  3. Ayuda al niño a tener empatía.
  4. Escucha lo que relata el niño con respeto y amor, así sabrá que lo entendiste y escuchaste. Luego, podes explicarle tu punto de vista de la situación. Por ejemplo: “entiendo que estés muy enojado, pero me entristece que te hayas enojado así y hayas pegado a tu hermano. Yo creo que la próxima vez, deberías decirle lo que te enoja, y si necesitas sacar afuera ese enojo, podes saltar en el lugar un ratito…” Tengamos siempre en cuenta que las respuestas dependen de la edad del niño y que, muchas veces, son necesarias para ellos las descargas cuando son más pequeños. Entonces, la descarga se encausa, se redirige.
  5. Pueden pensar junto al niño diferentes opciones para la próxima vez que se genere cierta emoción, y seleccionar una. Por ejemplo, puede ser pedir disculpas, solicitar ayuda a un adulto, retirarse del lugar para evitar una pelea, irse a otro espacio para calmarse, etc.
  6. Al final, es importante reestablecer la relación con el niño, y hacerle saber que lo seguimos amando y valorando, que sólo es su comportamiento el que no nos agradó. Y siempre, hacer notar y valorar los intentos del niño por calmarse y solucionar las cosas de diferente manera.

Sofía Belén Fernández

Lic. en Psicopedagogía

IG @licsofifernandez

pspsofia@hotmail.com

Fuente imagen: Facemama.com

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