Darse cuenta

“La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar” (Carl Rogers).

Suelo mostrarme amable, paciente y siempre dispuesta a ayudar. Pero, a veces me siento irritada o frustrada por no poder decir que no. Empiezo a notar que eso afecta mis vínculos.

Evito mostrarme vulnerable, porque de chico me enseñaron que “los hombres no lloran”. Cuando me siento triste o inseguro, suelo ser sarcástico o indiferente. Siento que me está alejando de mis afectos, y también de mí mismo.

Llevo años intentando no sentir angustia cuando estoy solo. Lleno mi agenda, evito el silencio, me exijo estar siempre “positivo”. Pero este esfuerzo constante me agota.

¿Quién soy? ¿Cómo soy?

Tomar conciencia y aceptarnos tal cual somos (con nuestras partes agradables y desagradables, esas que nos gustan y esas que rechazamos u ocultamos) es la base del cambio.

Por razones diversas, como una autoestima fragilizada, miedo al rechazo o perfeccionismo, podemos intentar controlar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Negamos características que percibimos como negativas o inaceptables. Sin embargo, insistir en que «no soy así» no las hace desaparecer; sólo las oculta, bloqueando el camino hacia una verdadera comprensión, aceptación y transformación.

Me considero una persona muy racional. Siempre digo que no soy ni celosa ni dramática. Pero es verdad que cuando mi pareja tarda en responder un mensaje, siento ansiedad y reviso a cada rato el teléfono. Me cuesta admitir que esos sentimientos son celos, porque creo que eso me haría “inmadura”.

Así, nuestro ser se encuentra en una tensión constante entre lo que somos y lo que desearíamos. No nos aceptamos. Nos contamos historias. Pintamos imágenes de nosotros mismos… en una suerte de “ilusión tranquilizadora”.

A veces, se cree que aceptarse implica no cambiar y se confunde con conformismo. Pero este lleva al estancamiento y la pasividad, donde nos cuesta imaginar que existan otras formas de vivir, ser o vincularse.

Aceptarnos nos vuelve más flexibles y, al identificar nuestras emociones y valores, nos validamos. Esto impulsa el proceso de autoconocimiento, bajamos las defensas y nos permitimos modificar lo que deseamos.

Siempre creí que era una persona introvertida y poco sociable. Esa idea me servía como excusa para evitar situaciones nuevas. Pero cuando empecé a cuestionarme, me di cuenta de que en realidad lo que me detenía era el miedo a ser juzgada. Con el tiempo, me animé a tomar clases de teatro y descubrí una versión de mí misma más expresiva y conectada. No me transformé en otra persona sino que permití sacar una parte que tenía oculta.

Es importante tener presente que la fuerza que destinamos a luchar contra nosotros mismos, divide y dispersa la energía que podríamos usar en descubrirnos y vivir con mayor bienestar.

El cambio empieza con un darse cuenta. Ocurre en un momento, en una experiencia, con una sensación. O con una pregunta:

¿Qué estoy haciendo ahora? ¿Qué siento? ¿En qué parte del cuerpo lo siento? ¿Percibo placer, displacer? ¿Qué estoy tratando de evitar o qué me asusta? ¿Qué me calma? ¿Con qué o con quién me siento agradecido hoy?

Aceptarse es un proceso activo. Requiere movimiento, decisiones y querer crecer. La aceptación es liberadora. Es amarse a uno mismo. Es posibilidad.

Por: María Florencia Matute

Consultora Psicológica

mflorencia.matute@gmail.com

También te puede interesar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *