Trastornos en la infancia: ¿patologización o síntomas de una época?

Laura y Diego llegan a la consulta y dicen: “Fuimos a una psicóloga a contar lo que pasaba con Felipe, a los cinco minutos nos paró y nos dijo: Felipe es TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad)”. La especialista no escuchó demasiado a los padres ni observó en profundidad al niño antes de realizar su apreciación diagnóstica.

La anécdota es real y, aunque es injusto generalizar, al parecer ocurre con bastante frecuencia.

Junto con evaluaciones médicas oportunas y a conciencia de trastornos con base biológica o psicológica, desde diversos sectores alertan sobre el crecimiento de diagnósticos con síntomas comunes a distintas condiciones o patologías infantiles.

Los más frecuentes son los trastornos de ansiedad, trastorno generalizado de desarrollo (TGD), trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastornos de espectro autista (TEA), trastornos del estado de ánimo o esquizofrenia.

En paralelo, los especialistas advierten que las familias, en general, piden soluciones rápidas o confunden trastornos reales con comportamientos acordes a la modernidad o a contextos familiares y contextuales complejos que inciden en el desarrollo. Pero, también, los expertos explican que los criterios y paradigmas de diagnóstico están cambiando y que, por ello, es difícil asegurar que hay más trastornos que hace unos años.

El área de Salud Mental del Hospital Pediátrico recibe a diario la consulta por niños cada vez más pequeños con problemáticas más severas. “No podemos dejar de tener en cuenta en la consulta el contexto familiar, social, histórico como cultural. En esos contextos transcurre su modalidad única de ser, de enfermar y posibilidades de curar”, sostienen la jefa del servicio Mónica Heredia junto a la psicopedagoga Soledad Pizarro Uriburu y el resto del equipo.

En este sentido, subrayan, no es extraño identificar ciertas características de orfandad en la infancia actual. “La infancia es una etapa fundacional, de estructuración del psiquismo, de conformación de primeros vínculos, es tiempo de cambios y a su vez es una etapa de vulnerabilidad, ya que el niño para vivir y desarrollarse no sólo necesita el alimento que otro le proporciona, sino también su sostén, cuidado, amparo y amor”, indicaron. “Desde pequeño, un niño puede sufrir situaciones complejas de desvalimiento, desamparo, pérdidas, violencia y sobreexigencias que afecten su desarrollo. Los niños despliegan necesidades de juego, movimiento, límite, prohibiciones, valores, cuidados, de tiempo y espacios particulares. Sin embargo, las familias, acuciadas por múltiples problemáticas laborales, económicas, vinculares (como violencia familiar), nos consultan por dificultades en la crianza, ‘no come, no duerme, llora, pelea, no aprende, no se queda quieto’”, refieren las especialistas.

“Para las familias, son niños demandantes e invasivos y nuestro trabajo apunta a tratar de favorecer un modo de ejercer la parentalidad que aloje a ese niño y sea sostén para una crianza saludable. La orfandad está donde los adultos no tienen tiempo ni espacio para sus hijos, sin saber cómo establecer límites, contener, acompañarlos a crecer. Parte de nuestro trabajo es volver a generar en ellos la necesidad de esos tiempos y espacios”, agregan.

Por ello, el proceso diagnóstico y el terapéutico es complejo. “¿Si existen sobrediagnósticos? En ocasiones los padres nos informan que los docentes les comunicaron la sospecha de un diagnóstico y hasta el nombre del medicamento ‘eficaz’ que debieran darles o que los direccionan hacia consultas con neurología desestimando otras consultas a especialistas del campo ‘psi’”, opinan desde el Pediátrico.

En este sentido, desde el área de Salud Mental del hospital sostienen que el diagnóstico implica adentrarse no sólo en lo que otros dicen del niño (de su historia de vida y de relación), sino lo que él mismo dice desde su modo de jugar, sus fantasías, sus producciones gráficas, sus silencios, sus miradas, expresiones.

“Aun cuando algunos síntomas pueden tener una fuerte raíz neurobiológica, no se puede obviar la integración de la crianza, de los vínculos, de la existencia de vivencias traumáticas, momentos del desarrollo”, plantean.

Y agregan: “Hay conductas que molestan y angustian a la familia, escuela y a nosotros, y que pueden ser interpretadas como patológicas. Sin embargo, hay que desentrañarlas, tratando de evitar reduccionismos psicopatológicos”.

Recorrido por consultorios

“A la consulta clínica infantil se presentan padres desesperados, angustiados, impactados por un derrotero realizado por diferentes consultorios y profesionales que de manera temeraria y pronta diagnostican a sus hijos. El espacio terapéutico debe ser un lugar de alojamiento al sufrimiento de los padres, la familia y el niño”, explica la psicóloga María Virginia González.

Y añade: “Por supuesto que hay niños que presentan dificultades en su desarrollo, padecimientos psíquicos que deben ser atendidos y abordados terapéuticamente, pero muchas veces la violencia del diagnóstico profesional aumenta la desesperación familiar y patologiza al niño”.

Para la psicóloga, es imprescindible no encasillar a un chico como “el niño problema” y “analizar profundamente y cautamente la indicación de la medicación prematura” ya que, sostiene, la infancia se caracteriza por su potencialidad y posibilidad de transformación constante.

“La normalización o naturalización de los diagnósticos psiquiátricos infantiles nos lleva a que nos impactemos cada vez menos ante un padre o un maestro o un amigo que nos dice: ‘María debe ser TGD o es TEA’, como si eso no significara un golpe brutal a la subjetividad de ese niño”, subraya González.

La psicóloga y magíster en neuropsicología Soledad Suárez Fossaceca acuerda con que, en algunos casos, existe una especie de patologización en la infancia, “porque se dan diagnósticos al primer criterio o síntoma que aparece sin tener en cuenta el dinamismo que presentan los niños en su crecimiento”.

Nuevos criterios

Raquel Bauducco, magíster en psiconeurofarmacología, especialista en psiquiatría infanto-juvenil y médica de la sala de internación psiquiátrica del Hospital de Niños de la Santísima Trinidad, plantea que cuando aumenta la incidencia de trastornos de conducta, déficit de atención y trastornos generalizados del desarrollo, la primera pregunta que surge es si realmente se incrementó o si, al modificarse algunos criterios diagnósticos, aquellos que quedaban fuera ahora han sido incluidos.

“Es ahí donde también surge el fantasma del sobrediagnóstico y la sensación generalizada de que muchas de las conductas ‘normales’ de los niños a partir de estos nuevos criterios se entenderán como ‘disruptivas’, ‘disfuncionales’, ‘desadaptativas’, en una palabra, patológicas”, remarca.

Y sostiene: “Es importante recordar que no se llega a un diagnóstico por un síntoma sino que para ello se realiza una valoración del niño y de su contexto, y que para que una conducta realmente sea considerada sintomática debe necesariamente afectar en cierta medida el desempeño social, familiar o escolar de quien la padece”.

A la hora de diagnosticar, explica, los profesionales de salud mental reciben en su consultorio al paciente y a su familia con diferentes historias de vida, modelos vinculares particulares, problemáticas múltiples que impactan directamente en ese niño o adolescente y modifican la forma en que se relaciona, se comporta o aprende.

“Muchas veces ese ‘síntoma’ por el que nos consultan es la expresión de la conflictiva familiar; en ese caso no sería ‘justo’ diagnosticar a ese niño, pero lo cierto es que probablemente requiera un tratamiento incluyendo el abordaje familiar, a fin de evitar un mayor deterioro de sus relaciones sociales y escolares”, opina Bauducco.

Síntomas comunes

Suárez Fossaceca explica que muchos síntomas comunes pueden reflejar diagnósticos diferentes. “Un niño que parece enojado o agresivo, en realidad podría estar intensamente ansioso. La ansiedad a menudo pasa inadvertida en los niños al confundirse con una amplia gama de comportamientos. Un niño que tiene problemas para prestar atención en la escuela podría no tener, como se supone comúnmente, TDAH; en cambio, podría estar deprimido. El TDAH sería el trastorno más frecuente en niños y adolescentes, y con una proporción aproximada de dos a uno (varón a mujeres). Su principal dificultad consiste en prestar atención durante cierto tiempo al mismo estímulo. Este déficit les impide organizarse correctamente y llevar a cabo sus tareas diarias de forma eficiente, lo cual se refleja notablemente en el rendimiento escolar”, sostiene Suárez Fossaceca.

Los casos de trastornos del espectro autista (TEA) han aumentado en los últimos tiempos. En Estados Unidos, dice, en el 2000 se estimó que una de cada 150 personas sufría dicha condición, mientras que en 2010 la cifra ascendió a una de 68 personas.

“Las características principales de este trastorno son el deterioro persistente de la comunicación social recíproca y la interacción social, en múltiples contextos, y la presencia de patrones de conducta, intereses o actividades restrictivas y repetitivas”, explica.

Fuente: Mariana Otero

Fuente imagen: lalalanews

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