Hay solo 4 viernes en un mes (cinco en algunas excepciones) y me niego a minimizar mi alegría, felicidad o sensación de relajación mental a un día que representa 96 horas en un mes de 720. Titulamos a esta nota: Por suerte es viernes
¿En qué momento el viernes empezó a representar la fuente del alivio y la felicidad?
Quizás desde el momento en el que la tradicional semana de oficina (lunes a viernes) se asoció al stress, al apuro, a la obligación y a cierto nivel de alienación.
Por otro lado, siempre pensé: ¿no sería más atractivo decir el “por suerte es sábado” o domingo”. Claramente son estos los dos días en los que no trabajamos.
Y lo digo, porque, después de todo, el viernes, es un día de trabajo regular. En cuanto al quehacer, el horario y la obligación de cumplimiento, es igual al lunes o al jueves.
Sin embargo, el viernes conlleva la antesala del sábado, esa ilusión de día de libertad.
¿Y qué del amado/odiado domingo?
El vocablo «domingo» deriva del latín tardío [dies] dominĭcus (‘día del Señor’), debido a la celebración cristiana de la resurrección de Jesús. Según la tradición cristiana, es el Último día de la creación. El día del descanso «bendecido» y «santificado» por Dios, o sea, separado de otros días para ser, entre todos el «día del Señor». Es un día para ocuparnos de las cosas santas y no de las profanas: trabajar sería «profanar» el día santo.
Un día sin horarios estrictos ni obligaciones laborales. Que esconde la pesada carga del lunes que, silenciosa e inexorablemente acecha detrás de un reloj que, lento y sin pausa, conduce al domingo a su muerte de medianoche.
Más allá del aspecto religioso, el deseado viernes ha desencadenado debates sobre valores sociales, en particular en lo que respecta al énfasis en el fin de semana como fuente de alivio y felicidad. ¿Es, acaso, tal el grado de infelicidad y de estrés experimentados durante la semana laboral, que nos llevan a esperar ansiosamente el escape hacia dos días de liberación?
En un mundo en el que el agotamiento y el estrés laboral son moneda frecuente, la celebración del viernes como símbolo y llave segura hacia el disfrute, perpetúa una cultura que da prioridad al fin de semana sobre el resto, lo que conduce a cierto desbalanceo del estilo de vida.

Decir que se impone la necesidad de mejorar el equilibrio entre la vida laboral y el tiempo “de ocio”, es un cliché. Pero que, entre su excitación ansiosa y su promesa de bienestar, alguna verdad esconde. Y es que el viernes es el umbral de esa breve “vacación” resplandeciente. Pero, de tal brevedad que se nos sigue escapando de las manos, como aquel dicho que reza “la felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues, más huye”.
Si bien el fin de semana es sin duda un momento esencial para la relajación. Su énfasis excesivo como la única fuente de felicidad, me produce cierto fastidio. Glorificar viernes y sábados como pináculo de la alegría, lleva a socavar el valor del resto de los días.
Más sobre: Por suerte es viernes
Quiero y busco mi bienestar y alegrías más allá de la mentalidad “lunes a viernes de 9 a 18”. Busco destronar la fijación del viernes como objetivo único de la seguidilla “lunes-jueves”. Me niego a perpetuar una definición estrecha de logro y productividad dentro de los confines de 5 días delimitados por horarios fijos.
Ansiemos, visualicemos nuestro crecimiento personal, el fluir de nuestra creatividad y de autorrealización en forma diaria. Es el primer paso para una vida más plena y armónica.
Mercedes Lagos

Coach Ontológico
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