En un mundo que nos bombardea con imágenes de “cuerpos ideales” y rutinas imposibles, en un mundo donde se premia el rendimiento y se glorifican los cuerpos normativos, hablar de movimiento consciente es casi un acto de rebeldía. Pero, en realidad, es un acto de amor. Es decirle “basta” a la exigencia disfrazada de motivación. Es volver al cuerpo desde un lugar de amor y no de castigo.
Durante mucho tiempo, nos enseñaron que había que moverse para compensar, para bajar, para encajar, para cambiar todo lo que “no está bien” en nosotros. Y así, lo que debería ser una celebración del cuerpo se volvió un campo de batalla.
Pero el ejercicio físico no tiene que estar ligado ni a la culpa ni al deber. No tiene que ser ni una penitencia ni una carrera contra el espejo. Por el contrario, mover nuestro cuerpo y buscar cambiarlo o sacarlo de nuestra zona de confort no es más que una forma de escucharlo, de habitarlo y de agradecerle. De eso se trata el movimiento consciente: de cortar con la idea de perseguir un cuerpo perfecto y empezar a construir uno real, con el que podamos sentirnos en paz.
Cuidarte para habitarte
No se trata de cuantos kilos levantas, cuantos kilómetros corres o cuantas calorías quemas. Se trata de qué pasa adentro tuyo mientras lo haces: ¿lo disfrutas? ¿lo elegís? ¿te hace bien? Incorporar ejercicio físico a tu vida es un recordatorio de que cada cuerpo tiene su propio ritmo, que no existe la perfección, pero sí existe el cuidado. Moverse no es una exigencia, es una forma de autocuidado. No lo hagas para encajar. Hacelo para habitarte. No lo hagas para castigarte. Hacelo para celebrarte. No se trata de transformarte para gustar. Se trata de cuidarte para habitarte.
Moverse de forma consciente es también aceptar que no se trata de tener ganas siempre sino de recordar para qué empezaste. Que tus metas no sean un capricho sino una promesa con vos. Y si un día no podés, también está bien. Porque constancia no es sinónimo de rigidez. Es sostenerte con amor, incluso en los días difíciles. Es cumplir con el compromiso que asumiste con vos. El cuerpo no necesita perfección, necesita presencia.
Cuando hablamos de movimiento consciente, no hablamos de rutinas perfectas o de disciplina militar. Hablamos de pausa, de escucha, de habitar el cuerpo con presencia, de observar cómo se siente moverlo no solo como se ve…
Moverse también es transformar el cuerpo, no por exigencia sino por cuidado. El cuerpo no deja de ser nuestra carta de presentación y por eso merece que lo cuides, desde el amor y no desde el castigo. Y si, claro que el físico importa. No lo vamos a negar. Pero no como único objetivo, sino como el reflejo de cómo te estás tratando por dentro.
¿Qué es lo primero que se ve de nosotros?
Si, el cuerpo y comunica incluso antes que nuestras propias palabras. Pero lo que comunica no solo es estética: es como estas interiormente. Un cuerpo cuidado, sostenido, respetado habla de una relación interna sana. Y eso se nota y también se siente. Una relación saludable con el cuerpo no significa conformarse, ni resignarse. Significa aceptar lo que hay hoy, mientras caminas hacia lo que querés construir. Con amor, paciencia, verdad.
Recorda que cuidar el cuerpo también es cuidar la mente. No es casual que cuando te movés, todo cambia: tu estado de ánimo, tu claridad mental, tus emociones. El ejercicio físico no solo fortalece músculos: fortalece la voluntad, la autoestima, la presencia.
Que esta nota no sea solo un texto más. Que te movilice. Si aun no empezaste, que sea una invitación a moverte por salud: física, mental y emocional. Y si ya estas en camino, que sea un recordatorio: hacelo desde el amor, no desde el castigo. Respeta tu proceso, anda a tu ritmo, no busques tener el cuerpo de otra persona. Busca construir un cuerpo real, tuyo, con el que te sientas en paz.
Por: Carla Durante
Psicóloga TCC y del Deporte
