Los límites: una cuestión de amor

Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de para en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que por su bien, hay que domesticar.

Niño,
Deja  ya de joder con la pelota.
Niño,
Que eso no se dice,
Que eso no se hace,
Que eso no se toca.

“Esos locos Bajitos”
Letra: Joan Manuel Serrat

La letra de la canción describe una situación diaria en el momento en que un padre pone límites a su hijo. Pautas que regirán la vida del niño en esa cultura y que le permitirán la inserción en la sociedad. Pero ¿Qué es un límite? Tanto se ha hablado acerca de los límites en los últimos tiempos, que se ha malinterpretado su sentido. Abordar este tema constituye un gran desafío para los padres. ¿Es necesario poner límites? ¿Cuándo empezar? Los límites, son una cuestión de amor, son mensajes de amor. Poner límites es enseñarle a nuestro hijo que no todo es ahora, que algunas cuestiones tienen y pueden esperar, que hay cosas que puede hacer y otras que no. Otorgan seguridad y contención y es en este acto donde se juega nuestra necesidad de contenerlos. Representan un borde que delimitan el camino. Los límites ayudan a tolerar la espera y la frustración y deben funcionar a modo de anticipación, guiando sus futuras conductas, haciéndole conocer qué se espera de ellos, no siendo de esa manera un castigo ni una prohibición. Por otro lado, son necesarios y lo ayudan a crecer. El límite es un organizador y su antecesor es el “No”. Spitz en su teoría, destaca tres organizadores del psiquismo humano fundamentales durante el desarrollo del niño. El primero de ellos es la “sonrisa social”, se entiende como la respuesta ante la presentación del rostro humano y es signo de la constitución de la etapa pre-objetal, fin del período de mayor indiferenciación y desamparo. Dicha respuesta, se presenta aproximadamente al llegar a los tres meses y su aparición es imprescindible para la constitución del objeto, el cual se consolida al aparecer la “angustia del octavo mes” y es el segundo organizador. Ahora, el bebé es capaz de distinguir el rostro humano del resto de los objetos, diferenciará rostros conocidos de los que le resultan extraños, esto le provocará angustia porque en realidad se presentificará la ausencia de la madre, surgiendo el temor por la separación y abandono. El tercer organizador es “el dominio del no”. Aproximadamente al año de vida el bebé habrá logrado cierto desarrollo motriz y autonomía que le permiten explorar y conocer el mundo, poniéndose cotidianamente en situaciones de peligro. De este modo el gesto y la palabra ¡NO! serán las más utilizadas por quienes lo rodean y representa el primer concepto de la negación. Dice Spitz: “El niño pronto aprenderá a imitar el gesto moviendo la cabeza”… El “dominio del no” presupone haber adquirido la capacidad primera para el juicio y va acompañado del logro de la función semiótica. Los primeros límites Los primeros límites empiezan a fundarse al nacer. El bebé a través del llanto, expresa el displacer que siente, es ahí donde éste es decodificado por un Otro, adulto, que le otorga significación a esa necesidad, una “madre suficientemente buena” al decir de Winnicott dirá – “tiene hambre”- y dará respuesta a esa necesidad ofreciéndole el pecho. La alimentación será el primer gran ordenador. Al nacer el infans se encuentra en estado de indefensión, es ahí cuando junto con la madre integrará una díada, ambos serán uno solo, madre y bebé formando un todo indiferenciado. Poco a poco se empezarán a diferenciar madre- bebé, conjuntamente la madre retomará sus actividades habituales y empezará a alejarse de a ratos. Es ahí, donde el bebé va a tener que aprender a tolerar la espera y frustración que le provoca su ausencia, la falta. Durante los primeros tiempos la flexibilidad será mayor. Al comienzo los padres suelen acomodarse a los horarios y necesidades del bebé y de a poco se irán estableciendo ritmos cotidianos que serán la antesala a la puesta de límites. Las rutinas lo ayudarán a predecir lo que acontecerá, baño, alimento, sueño y serán una ruta que lo guiará, le permitirá acomodarse al mundo y le darán sensación de seguridad. Decir “No” A partir de lo cotidiano el niño aprenderá la idea de límite. El aprendizaje será una construcción que se llevará a cabo a través de la transmisión diaria de la información, hechos y sobretodo del ejemplo dado por los adultos significativos. El “No”, puesto de forma clara y concisa irá dejando huellas en su psiquismo. El “No” le permitirá abordar el mundo de los objetos de conocimiento bajo la mirada de un entorno que lo protege. Es necesario que un niño investigue y explore el mundo para conocerlo. Es entre los tres y cinco años cuando en el niño nace un fuerte deseo por saber, investigar y preguntar. Esta posibilidad que tiene de conocer, dará lugar al deseo de aprender, por lo tanto, habrá muchas situaciones de “Sí” y el “No” tendrá que ver con la protección y el cuidado otorgado por los padres ante situaciones de peligro. Winnicott dice, que el bebé para su desarrollo emocional, necesita un “ambiente facilitador” para adaptarse al mundo, dando cuenta de la importancia del rol materno en la constitución psíquica del niño, y de la “función de sostén” factor básico del cuidado materno, que refiere a sostenerlo y contenerlo emocionalmente. Para Winnicott: “El bebé existe siempre con Winnicott, D. (1979) “Realidad y juego” Barcelona, Editorial Gedisa ¡!!Spitz , R. (1983) “El primer año de vida” México: Fondo de Cultura Económica. !Quiroga, Ana (1991) “Matrices de Aprendizaje. Constitución del sujeto en el proceso de conocimiento”. Buenos Aires.Ediciones Cinco. !alguien más; una mamá que lo corporaliza, lo construye, lo invita amorosamente a vivir, la que cumple la “función materna”, que debe ser lo suficientemente buena para garantizar su salud física y psíquica”. El niño irá aprendiendo qué cosas se pueden o no hacer y con estas experiencias irá construyendo las “matrices de aprendizaje”, modelos de construcción, que serán la base para los futuros aprendizajes y aquí es donde se juega la importancia de la función de los padres. En los primeros años, ante los límites, se enojan, aparece el llanto y las conductas de oposición. El niño empieza a diferenciarse de los padres, surge entonces la expresión de su carácter, sus deseos y necesidades. Es el momento de ir limitando y mostrarle que todos nuestros deseos no pueden ser satisfechos, que a veces hay que esperar y aceptar aprendiendo a tolerar la frustración. Límites justos Ante artefactos eléctricos, enchufes o ante cualquier cosa que ponga en riesgo la vida de nuestros hijos no dudamos en aseverar un “No”, pero frente a otras situaciones a veces dudamos y ahí es donde se producen los caprichos y berrinches. Es necesario que ese mensaje se entregue desde el amor y el respeto por ese niño, sin gritos, sin enojo, con firmeza y convicción. Entre ambos padres debe existir una comunión en la transmisión de dicho mensaje. Es importante que los padres mantengan la asimetría del vínculo, es decir que el niño sienta que hay un adulto que lo está cuidando. “Cuando se va papá, mamá nos deja jugar a la pelota en el garage…..si se entera..” Es en este tipo de fractura donde el niño puede empezar a manejar la situación, la incongruencia lo confunde, así como muchas veces solemos decir que “sí” y un día de pronto es “no”… Los padres desempeñan un papel esencial en la formación y estructuración de la personalidad y de la conducta del niño, pero poner límites justos y oportunos no es tarea fácil. Y en la escuela… En la sociedad actual, los niños se incorporan a las instituciones educativas cada vez más temprano, el jardín maternal suele estar poblado de bebés desde los cuarenta y cinco días, las actividades laborales maternas así lo requieren y esto genera una gran culpa en los padres lo cual hace que una manera de compensar sea, no poner límites. Aquí es donde hay que plantearse lo que venimos aseverando, los límites son necesarios. Las exigencias de trabajar fuera del hogar, no eximen a los padres de su responsabilidad, que es ejercerlos. A partir de los seis años, con el inicio de la escolaridad primaria, el niño ya es capaz de comprender mejor las reglas y los por qué de los límites, pero todos sabemos que cuando ingresan en las instituciones, ya posee actitudes, valores y conductas, que son parte de la experiencia transmitida en la familia. Como la puesta de límites es un proceso que se llevará a cabo en ambos ámbitos, tanto el familiar como el escolar, será importante que exista comunicación y coherencia entre ambas partes. Como venimos diciendo la puesta de límites es imprescindible y es parte de la educación, está relacionada con las figuras parentales, la atención de las necesidades y el cuidado del niño. Éste transcurre gran parte del día en la escuela donde establecerá nuevos vínculos. Se empezarán a poner en juego nuevas normas y reglas instauradas por la institución escolar, siempre acorde a su edad, siendo la escuela el ámbito privilegiado para la adaptación a la sociedad. El niño que no tenga los límites interiorizados mostrará dificultades en este ámbito, que se traducirán muchas veces en trastornos de la conducta y del aprendizaje. Los docentes encuentran a estos niños lejos de la pretendida homogeneidad, no se “amoldan a las reglas”, no hacen caso, no copian, molestan y presentan una serie de inconvenientes que dan lugar a la derivación al equipo de orientación. Cuando intervenimos ante las demandas, solemos conversar con la docente, observar a los niños y entrevistar a los padres. Es en este espacio donde solemos escuchar: -¡No sé qué hacer…….hace lo que él quiere! ¡Siempre hizo lo que quiso! -¡Ya no puedo más, le saqué la tele, los jueguitos, la compu………..! No sale más por una semana, solo para ir a la escuela! Cuando uno entrevista a esos padres y les pregunta cómo suelen establecer los límites se escuchan respuestas como por ejemplo: -“Yo no puedo poner límites, cuando vengo estoy tan cansada…..” O también: – “Tuve que encerrarlo en el baño, no me hace caso” – “No me quedó otra que pegarle…” ¿Y en la adolescencia? La adolescencia es una etapa donde se reactiva y reeditan las situaciones infantiles relacionadas con el Complejo de Edipo, así como también el período de omnipotencia, donde el niño “héroe” todo lo podía. Ahora el adolescente se encuentra de nuevo en una etapa donde se siente superpoderoso y desafiante ante el mundo. Aquí los adultos tenemos que utilizar la misma coherencia que en las primeras etapas, para que sepan que “sí” y que “no” van a poder hacer. Se trata de ir pautando normas que irán siendo internalizadas, de modo que pronto esos límites que en un principio vienen de afuera se convertirán en internos. ¿Autoridad o autoritarismo? Establecer los límites de una manera justa realmente no es sencillo, es una de las cuestiones que genera mucha angustia en los adultos. Se trata de autoridad y no de autoritarismo. Retarlos o castigarlos no ayuda a que el niño comprenda qué es lo que sucedió. Es importante utilizar el lenguaje claro, firme, descubrir y utilizar el poder de las palabras, explicarles afectuosamente los motivos. A modo de cierre Los límites son una cuestión de amor. Conocer los nuestros, mantenerse firmes en las decisiones, mostrar coherencia y acuerdo entre los padres, serán actitudes necesarias para el desarrollo y crecimiento emocional del niño. Anticipar las situaciones, hará que nuestros hijos comprendan qué esperamos de ellos. No olvidemos que a través de las palabras y modos de actuar les mostramos cómo somos. Y para finalizar, igual que al comienzo retomamos los versos de Serrat: “A menudo los hijos se nos parecen, y así nos dan la primera satisfacción..” *Lic. Liliana Pugliese Psicóloga Psicopedagoga

lilianapugliese@yahoo.com.ar

Fuente imagen: mamaslatinas.ca

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