Cuentos de un Papa

Sobre mi vínculo con la escritura

            Soy Ramiro Brunand. Nací en Olavarría, provincia de Buenos Aires, Argentina, el 26 de febrero de 1989.

            Fui al Jardín N° 908, cuando todavía estaba ubicado en la avenida Pringles. La primaria la hice en la Escuela N° 1, y la Secundaria (en ese tiempo, el Polimodal) en la Escuela Normal, donde finalicé mi formación local para partir a otra ciudad en busca de nuevos escenarios.

            Me gradué con honores como Licenciado en Psicología en la Universidad de Buenos Aires, en el año 2012, y dos años después regresé a Olavarría, donde actualmente resido.

            Desempeñé mi profesión tanto en el ámbito público como en el privado.

            Durante un lapso de cuatro años, entre 2014 y 2017 inclusive, formé parte del Programa Nacional de Educación Sexual Integral, primero como capacitador, luego como Referente Territorial, y finalmente como co-autor del material distribuido en el nivel superior de formación docente. Posteriormente, durante dos arduos años, formé parte del Servicio Local de Promoción y Protección de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, como miembro del equipo técnico.

            Complementariamente, desde que recibí el título, trabajé como psicoanalista en mi consultorio privado, tanto en Ciudad Autónoma de Buenos Aires como en mi ciudad natal. Ese sigue siendo mi lugar estable, el espacio de inserción laboral que siempre imaginé cuando estudiaba, y que me permite repensar de forma continua mi profesión. Conjuntamente con mi análisis personal, me brinda los elementos para reversionar todo el tiempo mi posición frente a los asuntos que nos ocupan a la mayoría: el amor, el sufrimiento, la soledad, la felicidad, las decisiones, la muerte.

            Por fortuna, existen varios espacios de formación local que me permiten transitar diversos discursos y continuar aprendiendo, a la vez que produciendo, un camino profesional plagado de reflexiones, colegas y mates.

            A principios del año 2019 me convertí en papá por primera vez, y fue un evento que modificó gran parte de mi existencia, tanto personal como profesional. “Cuentos de un papá” fue inspirado por mi hija, María Victoria, Vicki, y se convirtió en mi primer libro.

            Pero mi vínculo con las letras, las palabras, las oraciones, los cuentos, las ficciones, las historias, no comenzó con su nacimiento. Se reconduce a mi vida entera.

            Escribir siempre formó parte de mí.

            De chico, pasaba horas en una computadora vieja que sólo tenía procesadores de texto y algún que otro juego rudimentario. Me acuerdo que armaba listas de las canciones que me gustaban, y simulaba que las presentaba en un programa de radio de éxito internacional.

            Cuando me adentré en la lectura, con los libros de Harry Potter, mis tardes se transformaron en la producción de historias plagadas de magia y personajes increíbles, de un parecido escandaloso a aquellos que nos regaló J. K. Rowling. En mi imaginación, mis libros se vendían en todas las librerías, y las películas se estrenaban simultáneamente en los cines de las ciudades más importantes.

            Después vinieron algunas historietas, la revista “Genios”, y cuentos de autores de los que no sabía nada, pero que formaban parte de las obras clásicas de la literatura. Seguía leyendo, seguía escribiendo.

            Para mí leer era descubrir mundos distintos al que yo habitaba, ese mundo que por momentos no me gustaba. Nunca creí realmente en la magia, ni los duendes, ni los fantasmas, ni los dioses. Pero leyendo, podía conocer lo que para otras personas formaba parte de su universo de creencias y verdades.

            Entre la primaria y la secundaria, atravesé un período en el que la escritura me sirvió para tramitar lo traumático de crecer de golpe, lo difícil de pasar a ser responsable de mis propias decisiones, la complejidad de sentirme solo. Seguro hay docentes que aún hoy recuerden haber sido nombrados/as en un diario que circulaba informalmente en mi escuela. La escritura no solo dice, sino que también sana. En ese momento, mi conflicto con la autoridad tomó esa expresión. Con el tiempo, me reconcilié con mis referentes, aceptando que podían fallar, y la escritura volvió a tomar color y vuelo.

            Recorriendo varios momentos de mi vida, comprendí que desde chico me había dado cuenta de que vivimos en nuestra propia versión de la historia que nos cuentan, y así decidimos contarla. No solo los cuentos están llenos de ficción. La vida que vivimos nos tiene como sus narradores/as principales.

            Siempre me llamó la atención la absoluta diversidad que existe respecto de las cuestiones esenciales de nuestra vida, y la forma en la que las comprendemos y las vivimos. Creo que de chico supe que podía escribir, rescribir y reversionar mi vida las veces que se me ocurriera y de todas las formas que quisiera, aunque sea para jugar. Y con suerte, para transformarme.

            “Cuentos de un papá” llegó a mi vida en un momento crucial, en el que tuve que ponerme a decir muchas cosas porque las preguntas se me acumulaban y no había espacio suficiente en mi propio análisis para abordarlo todo. Los límites existen siempre, y son siempre una oportunidad. En este caso, tomé el valor de decir aquello tan desordenado que me estaba pasando, tanto lindo como intenso, tan placentero como traumático, y tomó la forma de cuentos que me representan en cada palabra.

            Hoy decido compartir con el mundo lo que antes atesoraba íntimamente como algo muy preciado. Como dije en algún cuento por ahí, todo lo que estoy escribiendo, que es un montón, tomó valor para mí, y así encontró un lugar en el mundo.


Ramiro Brunand Berecoechea

Licenciado en Psicología

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