Cuando los hijos se van

Parafaseandro a Alberto Cortez, “cuando los hijos se van, queda un espacio vacío…”

¿Qué le pasa a una madre cuando uno o varios de sus hijos toma la decisión de irse a vivir al exterior?

¿Qué pensamientos, emociones, sentimientos toman protagonismo?

¿Cómo afrontar el nido vacío sabiendo que los hijos “vuelan” en algún momento de sus vidas?

¿Cómo aceptar y disfrutar el proceso?

Cuando los hijos emigran surgen una serie de sentimientos encontrados.

Por un lado, los padres los ayudamos a realizar los trámites pertinentes. Por otro lado, sentimos miedo por el futuro de ellos lejos del “nido”, lejos de nuestra “mirada” o de nuestra mano salvadora.

Y cuando llega el momento de subir al avión, una parte de vos se desprende y va con ellos.

Mezcla de dolor, angustia, tristeza, con amor, orgullo, alegría por el paso a dar, por la madurez que implica semejante paso.

La decisión de nuestros hijos de dejar el país implica un duro proceso de adaptación y reacomodamiento para los padres.

Nos convertimos, de un momento para otro, en espectadores distantes de su día a día, atravesados por la alegría de verlos construir sus vidas y logrando sus objetivos, y la angustia de que ese armado sea en otro país.

¿Qué hacer entonces?

Es importante conectar con lo que nos pasa, poder poner en palabras lo que pensamos, lo que sentimos. Expresarnos a través de la palabra hablada o escrita, o a través de la pintura o de alguna otra actividad que nos guste. Como sea, pero expresar lo que estamos transitando.

Es momento de pensar en uno mismo, de reencontrarse con el propio ser, vincularnos con nuestros propios deseos. Tener un proyecto personal también ayuda, empezar a diseñar nuestra vida con la nueva realidad de los hijos viviendo en otro país.

Y saber que las distancias físicas pueden acortarse con la ayuda de la tecnología. Las videollamadas, los videos, los mensajes, favorecen una comunicación fluida.

Aplaudir que se hayan animado a cumplir un sueño, a ir por más, a no quedarse atrapados en los miedos e incertidumbres, eso nos da paz y aquieta la angustia.

De mis 3 hijos, los dos mayores viven fuera del país desde hace varios años, y hacía 3 años que nos los veía.

Pandemia de por medio, vuelos carísimos, múltiples impuestos para quienes quieren o necesitan viajar en avión, el dólar por las nubes, todo eso influyó en que fuera difícil encontrarnos anteriormente. Las circunstancias de la vida impidieron el abrazo, el beso, la charla café de por medio.

Cada vez que hablaba de ellos la congoja me invadía, los ojos se me llenaban de lágrimas que intentaba esconder. ¡Los extraño!, decía, y sentía un nudo en el pecho.

Pero el sueño tan esperado se hizo realidad. ¡Vinieron de visita a Argentina!

Y frente a los preparativos: la casa, la comida con la que iba a recibirlos, su habitación, y la emoción que me acompañaba en esos días previos, me preguntaba: ¿Qué hace que un joven elija irse del país?

Me vienen muchas respuestas, entre ellas: “en este país hay pocas posibilidades para los jóvenes”, “no se puede progresar”, “hay inestabilidad financiera y laboral”, “afuera se está mejor”, etc. etc.

Claro, eso si analizamos el contexto, la economía.

Pero, ¿si analizamos lo que le pasa a un joven en su interior: sus sueños, sus deseos, su misión de vida? ¿Con qué respuestas podríamos encontrarnos?

En el caso de mis hijos, ellos desean recorrer el mundo, conocer gente de diferentes culturas, vivir experiencias que los convoque todo el tiempo a salir de la zona de confort. Anhelan la libertad, el moverse sin equipaje, solo lo puesto, practicando el desapego en todos sus aspectos.

Quieren un mundo libre de mandatos instituidos, donde las acciones estén guiadas por los propios sueños. Donde los pensamientos sean de posibilidad, donde haya confianza en uno mismo y en los demás.

Un mundo que te habilite a hacer lo que te gusta, a hacerte cargo de vos mismo y a tomar las riendas de tu vida.

Para mí, la llegada de mis hijos implicó alegría, felicidad, plenitud. Reencuentro. Abrazos. Amor del bueno. Y comprobar, una vez más, que los sueños se cumplen.

Extrañaba tanto abrazarlos, disfrutar de esas charlas tan hermosas que siempre tenía con ellos, reavivar el fuego de la maternidad. Llenarme de amor.

Creo que el amor hacia los hijos es el amor más puro, es el que produce la magia. Todo fue mágico en esos días.

Pero el tiempo pasó (fue tan corto…) y volvieron a sus respectivos países por adopción.

La quietud, el silencio, se hicieron nuevamente presentes en la casa, y en mi vida.

¿Amerita hablar de nido vacío?

Yo creo que no. Porque el nido quedó vacío de la presencia física, pero lleno de experiencias y momentos compartidos.

Y eso… eso no tiene precio.

María Eugenia Guerrini

Lic. en Servicio Social – Coach Ontológico Profesional – Docente – Escritora

www.mariaeugeniaguerrini.com

info@mariaeugeniaguerrini.com

Fuente imagen: Del calor al frío

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