La escena es conocida: un niño pide el celular, si no lo consigue aparece el berrinche y, cuando finalmente lo tiene, resulta difícil que lo devuelva sin conflicto. Esto lleva a muchos padres a preguntarse si está mal darle el teléfono para que se entretenga. ¿Le presto el celu a mi hijo? La respuesta no es tan simple. El problema no es el dispositivo en sí, sino cómo, cuándo y cuánto se usa, y qué lugar ocupa en la vida de los chicos.
La Sociedad Argentina de Pediatría, en línea con la Academia Americana de Pediatría, recomienda evitar las pantallas por completo antes de los 2 años, permitir un máximo de una hora diaria entre los 2 y los 5, siempre con contenido de calidad y acompañamiento adulto. A partir de los 6 años promover un uso equilibrado con límites de tiempo, espacio y tipo de contenido. Estas recomendaciones se basan en estudios que muestran que la exposición temprana y prolongada puede afectar el desarrollo del lenguaje. Ya que reduce el intercambio verbal con adultos; la atención, al generar mayor dificultad para concentrarse en juegos o tareas escolares; el sueño, por la alteración de ritmos provocada por el brillo de las pantallas; y el juego social, al restar experiencias de creatividad, movimiento y vínculo.
En 2025 volvió a tomar fuerza la regla 3-6-9-12, propuesta por el psiquiatra francés Serge Tisseron, que funciona como una guía práctica para las familias. La idea es sencilla: hasta los 3 años nada de pantallas, hasta los 6 años evitar consolas y videojuegos, hasta los 9 años usar Internet solo acompañado por un adulto y hasta los 12 años no tener redes sociales ni acceso irrestricto. Si bien no reemplaza las recomendaciones médicas, su objetivo es ayudar a ordenar los tiempos de exposición. También evitar que los dispositivos se adelanten a etapas del desarrollo que necesitan otras experiencias.
Pero, ¿qué pasa cuando el celular ya está instalado como costumbre? Muchos padres admiten que si no lo prestan aparece el escándalo. Es importante comprender que los chicos no buscan el aparato en sí, sino la estimulación, la atención y la diversión que encuentran allí. Revertir esta costumbre requiere paciencia y consistencia. Una estrategia útil es anticipar el momento de apagar, avisando “en cinco minutos lo guardamos” para que el niño se prepare. También es fundamental sostener la regla aunque aparezca el berrinche y ofrecer alternativas atractivas: cuentos, música, masa, juegos de mesa, actividades al aire libre.
A estas estrategias podemos sumar otras herramientas: definir “zonas libres de pantallas” en la casa, como el comedor o el dormitorio, y respetarlas siempre. Acordar horarios específicos para usar tecnología en lugar de permitir un acceso constante. Crear un lugar fijo donde se guarden los dispositivos cuando no se usan; utilizar aplicaciones de control parental no solo para limitar tiempo, sino como oportunidad para dialogar sobre qué miran los chicos; compartir momentos frente a la pantalla en lugar de dejar que consuman contenidos en soledad; y, sobre todo, mostrar con el ejemplo que también los adultos pueden dejar de lado el celular para conversar, jugar o descansar.
El celular no es un enemigo y puede convertirse en un aliado si se usa con criterio, pero nunca debería reemplazar lo más valioso que necesitan los niños: tiempo de juego, movimiento, mirada, palabra y abrazo. Acompañar en la era digital no significa prohibir, sino enseñar a convivir con la tecnología de manera sana, consciente y equilibrada. Y si bien poner límites puede ser difícil al principio, recordemos que cada esfuerzo suma. Cada minuto que un niño pasa jugando, explorando o compartiendo con su familia es una inversión para toda la vida.
Josefina Pelayo
Psicopedagoga
