En los tiempos actuales, las noticias suelen transmitirse hacia diversos lugares, y muy rápidamente.
Hacia fines del año 2019, se conoció la información de que, había surgido en Wuhan (China), una enfermedad viral, que ese conoció como COVID 19. Se extendió hacia países de Europa, transformándose en epidemia. Las imágenes y noticias de lo que estaba ocurriendo, resultaban escalofriantes, y desde lugares en Europa que cuentan con buenos sistemas sanitarios y en general con un buen nivel socioeconómico. Quizás a los sudamericanos podía parecerles algo lejano, que les pasaba a otros y que no les influiría en la propia cotidianeidad.
El día 11 de Marzo de 2020, como el brote epidémico ya había afectado a muchas regiones geográficas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo declaró Pandemia.
En la República Argentina el día 20 de Marzo se anunció el DNU 297/2020 (Decreto de Necesidad y Urgencia) que determinaba una etapa de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), que afectaba a todas las actividades, en todas las áreas. Para cumplir con el mismo, la escolaridad pasó a desarrollarse a distancia.
A partir de ese momento el “ser docente” tuvo una especie de conmoción, diferente a las que habitualmente se suelen sortear. La escuela comenzó a ser “a distancia”. Al principio fue algo impensado, rechazado por algunos, pero que se presentó como una circunstancia sobre la que no había alternativas. Era así.
Lo generado en educación ¿era una situación de emergencia? Quizás sí, por lo imprevisto y porque había que dar soluciones lo antes posible. Pero ese “cuanto antes” en la mayoría de los casos no pudo ser inmediato, justamente por el desconcierto, la dificultad para organizar algo absolutamente diferente a los habitual. Y porque, en muchos casos también los sistemas estaban carentes de soportes estables, resistentes y, dependiendo de la situación económica y de la localización de las escuelas y de las casas de los alumnos no habría disponibilidad para acceder a internet.
Argentina tiene mucha desigualdad, por lo cual hubo alumnos que no tenían acceso a las clases, en algunos casos hubo cuadernillos, pero en los que la distancia era extrema, tampoco a eso pudieron acceder.
Lo que ocurrió fue que casi todas las temáticas, en los diversos ámbitos de la realidad, que desde hacía años venían presentándose como con necesidad de ser modificadas, se expusieron, quedaron muy a la vista y ocasionaron trastornos amplificados por la situación.
Pero la idea no sería pensar la situación solamente como caótica y compleja, sino que todo lo sucedido pudo haberse presentado como oportunidad de cambio, de mejora, de crecimiento personal e institucional.
¿Qué hacer ahora y de aquí hacia el futuro?
La pandemia no ha desaparecido, pero la mejoría de la situación ha hecho que en muchos lugares pueda volverse a la escuela presencial.
La diferencia no puede ser sólo estar en el mismo ámbito físico alumnos y docentes. Sino que lo que quedó expuesto durante la escuela a distancia, fue la cantidad de modificaciones que habría que hacer. Cosa que ya se sabía, pero que no estaba tan en la superficie.
Desde los docentes, poder hacer las clases más participativas, que el alumno se sienta parte, se reconozca involucrado en la temática a trabajar.
Que no sea la escuela de las respuestas sino de las preguntas, de los cuestionamientos, de la investigación, de la creación, de la valoración del proyecto y del trabajo cooperativo.
Desde las familias acompañar a los hijos, no haciéndoles los trabajos sino ayudándolos a preguntar, a encontrar dudas. Sería muy rico ayudar a valorar el proceso, y no solamente el resultado. Enseñarles a tomar las equivocaciones como un elemento para mejorar, porque reconociendo el error, se puede encontrar otra salida.
La pandemia dejó mucho dolor, pero la educación también está dando la oportunidad de mejorar.
Lic. Silvia Gladys Oballe
Psicopedagoga
