Hoy en día se dice mucho que el diagnóstico funciona como una brújula, una herramienta necesaria para tener claridad y orientar el tratamiento. Y es cierto: para los profesionales, el diagnóstico es fundamental para definir el camino terapéutico.
Sin embargo, muchas veces surgen diagnósticos apresurados que irrumpen abruptamente en el sistema familiar. O bien, llegan en momentos en que la familia no está preparada para recibirlos. Porque, siendo honestos, ¿quién puede prepararse realmente para recibir una mala noticia sobre un hijo?
Como terapeuta especialista en patologías crónicas, considero importante abrir un espacio de conversación sobre este tema, ya que más allá de una necesidad profesional, el diagnóstico actúa como auténtica irrupción: no sólo modifica rutinas, sino que desafía el entramado emocional y relacional de la familia.
La psicología sistémica advierte que cualquier acontecimiento importante (un diagnóstico, una pérdida, una crisis) atraviesa la totalidad del sistema y lo obliga a reorganizarse.
El sistema familiar no sólo sostiene al niño diagnosticado, sino que también se ve interpelado en su dinámica interna —roles, comunicaciones, expectativas— y externa —contacto con profesionales, instituciones, exigencias sociales.
La etiqueta puede operar como punto de inflexión, pero es la familia en su conjunto la que debe hallar nuevas formas de equilibrio y sentido frente al cambio.
La psicología sistémica entiende la familia como un sistema complejo, compuesto por múltiples subsistemas: pareja, hijos, padres, hermanos. Cada uno tiene reglas, funciones y expectativas distintas, y todos interactúan en un proceso circular, donde las acciones de uno repercuten en todos los demás.
Un diagnóstico no solo afecta al niño. Reorganiza la pareja, modifica la posición de los hermanos y redefine la relación con el entorno: abuelos, escuela, terapeutas. Los vínculos internos se estresan, las funciones cotidianas se redistribuyen, y muchas veces aparecen alianzas o distancias nuevas, que pueden ser fuente tanto de conflicto como de resiliencia.
Reglas familiares, homeostasis y cambio
Cada familia tiene reglas implícitas que definen lo permitido, lo esperado y lo posible en términos de comunicación y afecto. Un diagnóstico desafía esas reglas, porque introduce preguntas y necesidades que antes no existían: ¿cómo pedir ayuda?, ¿cómo hablar del dolor sin miedo a desbordar al otro?, ¿cómo reorganizar rutinas y espacios?
La tendencia natural del sistema familiar es volver a la homeostasis, buscar un equilibrio, aunque ahora esté redefinido por nuevas exigencias y emociones. Pero la verdadera oportunidad surge cuando la familia logra integrar el cambio, permitirse nuevos modos de vínculo y ofrecer espacio a los deseos postergados.
Desde mi experiencia profesional en la práctica clínica, considero super importante repensar los objetivos terapéuticos ya que el objetivo no es solamente trabajar con el síntoma o el diagnóstico sino que es fundamental acompañar a la familia en la transformación de sus patrones relacionales, incluso la relación con el diagnóstico y la situación familiar:
Facilitar la conversación sobre aquello innombrable o vergonzante.
Apoyar la construcción de alianzas y redes de apoyo dentro y fuera del núcleo familiar.
Reconocer la legitimidad del deseo, el dolor y la esperanza, sin perder de vista la necesidad de cuidados concretos.
Acompañar el proceso de resignificación del diagnóstico, para que no sea solo fuente de pérdida, sino también de crecimiento y cambios auténticos.
María José Rivero
Psicóloga Clínica Infanto ~ Juvenil
Psicóloga General Sanitaria
Especialista en Neurodesarrollo Infantil

