Reflexiones existenciales
Me tocó (o elegí) nacer en una familia mixta, una mamá de familia católica practicante y un papá judío de familia muy religiosa pero no ortodoxa.La historia de amor de mis padres fue casi como la de los Montescos y Capuletos, teñida de dolor, angustia y sufrimiento basado exclusivamente en el prejuicio religioso. Hoy: Coqueteando con la muerte.
Esta experiencia dolorosa de mis padres con sus respectivas religiones los llevó a tomar la decisión de no inculcarnos (ni a mis hermanos ni a mi) ningún pensamiento, creencia o inclinación religiosa. Papá decía”… en esta casa se practica solo la moral…” y se me explicó que eso significaba ser buena persona, portarse bien. Es decir, todo lo que se le podía explicar a un niño y que pudiera entender.
Crecí viendo bautismos, comuniones, bar mitzvas, casamientos en iglesias cristianas y sinagogas y participando en las fiestas religiosas de ambas familias. Se entiende que a estas alturas ya habían cedido bastante las batallas religiosas entre las dos familias y vivíamos bastante armoniosamente. Pero eso sí, siempre se nos dijo que debíamos ser respetuosos de todas las creencias y de todas las personas.
La vida hizo que mi primera experiencia con la muerte fuera por la muerte de Bobe Rosa pasados sus 90 años. A quien yo veía muy viejita y con quien tenía un vínculo de mucho respeto. No teníamos otro acercamiento afectivo. Lo de ella fue un dejarse morir, vivía sola, se arreglaba sola. Un día, tuvo una caída que le fracturó la cadera, la operaron, salió bien de la cirugía pero a los pocos días su corazón decidió dejar de latir. Así me lo contaron, así lo viví, lo lamenté, no había romanticismo ni tragedia, era muy viejita, para mí.
Varios años después (10) tuve una experiencia terrible, a mis 28, murió mi mejor amiga, de cáncer de mama, dejando a un esposo y a un pequeño de 4 años. Para ese entonces yo ya estaba casada y tenía a mi hijita de 2 años.
Fue un shock, no podía entender por qué, ni aceptarlo, el mundo se me venía abajo, tan joven, ella, con tanto por hacer, con tanto por vivir. Que injusta la vida, ese esposo, ese niño, solos de ahora en más, ella sin poder verlo crecer, ni criar, ni abrazar, ni besar.
Comenzó allí un sin sentido de mi vida, si todo puede desaparecer, de un segundo a otro, estaba a punto de recibirme de psicóloga. Para qué el esfuerzo, para qué el conocimiento.
¿Para qué amar si vas a sufrir?, ¿Para qué aferrarte a un abrazo de tu hijo, si ambos vamos a morir?, ¿Para qué vivir?
¿Por qué aparecía esto en mi vida?. Nadie me lo había dicho, nadie me habló nunca de esto, de este dolor, cómo se sigue ahora. Jamás pensé en quitarme la vida, pero esa pérdida de sentido era un agujero en el alma, no había lugar para otras preguntas ni para respuesta alguna. Tampoco, había comprensión, aceptación ni otros pensamientos, no había sentido dolor más grande, ni angustia más socavadora de mi ser nunca anteriormente.
Comenzó una etapa horrorosa de mi vida, de miedo, de pánico, cualquiera podía morir, la idea era insoportable, podía morir mi hija, mi esposo, yo, pensarlo me aterraba. Mi cuerpo empezó a idear todos los síntomas posibles coincidentes con cualquier cáncer, no soportaba más, quería vivir, volver a ser feliz.
No encontraba manera, era insoportable, quería alegría al abrazar a mi hija o a mi esposo, pero era dolor y más dolor, todos mis pensamientos eran trágicos. Solo pensaba que podría ser el último beso, el último abrazo. No aguantaba más, no sabía cómo dejar de sentirme así. Leía y leía, buscaba y buscaba, sin saber qué, solo quería un remedio para este dolor de mi alma. Leí testimonios, religiones, filosofía de oriente y de occidente. Quería volver a ser feliz, optimista, dejar el miedo y los síntomas atrás.
Más sobre: Coqueteando con la muerte
Allí en esas lecturas aprendí lo que era le fe, algo que yo no conocía, que yo no tenía (por lo que conté al principio). Una creencia que te calma, una respuesta posible a aquellas preguntas que dejan un vacío insoportable, una imagen para poner en esa incertidumbre de las preguntas existenciales que la ciencia no ha podido responder, aún hoy.
¿Qué fuimos antes de esta vida?, ¿Qué seremos al morir?. Occidente y sus creencias religiosas y razonamientos filosóficos tienen sus explicaciones; oriente y las suyas, otras. Nada ha sido aún comprobado por ninguna ciencia, entonces sentí que soy libre para elegir la respuesta que mejor calme mi vacío, mi dolor.
Entendí que los seres humanos somos los únicos seres vivos que tenemos conciencia de finitud desde mucho antes que ocurra.
También entendí que es tan insoportable esta angustia de finitud, de saberlo, que se instauran grandes mecanismos de defensa para evitar la angustia, evitar el tema. Que vivimos y crecemos con una premisa que nos subyace y que es de eternidad. Y así, postergamos, procrastinamos aún la concreción de deseos y sueños.
Lo único seguro seguro de esta vida es que vamos a morir.
Todos tenemos miedo a lo desconocido, está bien tener miedo a la muerte, no la conocemos. (¿o si?)
Está bien elegir la creencia que más calme tu alma, tu angustia, tu miedo: ¿ir al paraíso o al infierno?, ¿reencarnar?¿ Más vidas pasadas y/o futuras? ¿Reencontrarte con tus seres queridos? Que no haya nada? ¿Qué puede ser lo peor de todo eso?
Todos venimos con un pasaje de vuelta incluido, cuya fecha no conocemos. Tenemos un camino temporal por recorrer, tiene un principio y un fin. ¿Para qué correr?.
Al fin y al cabo, al único lugar al que vamos a llegar es al final de nuestro propio camino. Y si la vida es la oportunidad que tenemos para ser feliz. ¿Por qué no dedicarnos a ello?. A vivir plenamente, a hacer lo que nos guste, a amar, besar, abrazar, reír, compartir, ayudar, disfrutar.
No nos preparan para morir, ni para envejecer, ni para aceptar la decadencia, son temas que evitamos. Esto es por la angustia, quizás podemos intercambiar opiniones y elegir de qué manera enfocarlos, porque la verdad es que son inevitables. Y no se puede evitar lo inevitable. Sigamos disfrutando de la vida.
Lic. Gabriela Bulaievsky
Lic. en Piscología
licenciadagabrielabulaievsky@gmail.com