Lucía tiene 28 años y trabaja en un estudio contable. Cada mañana, antes de salir de su casa, revisa el gas, las llaves y el enchufe de la plancha. No una, sino varias veces. A veces llega tarde al trabajo porque algo dentro suyo le dice que todavía no está segura. Aunque sabe que es irracional, no puede evitar hacerlo: la ansiedad se vuelve insoportable si no cumple con esos rituales.
El Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) no se trata de ser perfeccionista o detallista, como muchas veces se cree. Es un trastorno de ansiedad en el que aparecen pensamientos intrusivos, llamados obsesiones, que generan un gran malestar. Para intentar calmarlo, la persona realiza compulsiones, actos repetitivos o mentales que ofrecen un tipo de aivio momentáneo, pero refuerzan el ciclo.
En Lucía, la obsesión gira en torno al miedo a provocar un accidente. En otros casos, puede tratarse de pensamientos sobre contaminación, errores, religión o creencia, sexualidad o necesidad de alguna simetría. Lo común a todos es la sensación de pérdida de control y la búsqueda constante de una certeza.
El Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) suele aparecer en la adolescencia o adultez temprana, y puede afectar significativamente la vida social, laboral y emocional. Afortunadamente, existen tratamientos eficaces. La terapia cognitivo-conductual, particularmente la técnica EPR (exposición con prevención de respuesta), ayuda a enfrentar los pensamientos sin recurrir a los rituales. En algunos casos, se complementa con medicación.
Lucía buscó ayuda, y comenzó a realizar un tratamiento hace unos meses. Si bien no desaparecieron todas sus dudas, ahora puede salir de casa sin revisar tantas veces; “Aprendí a convivir con la incertidumbre”, dice.
Finalmente, vale mencionar que en esa frase se resume uno de los mayores desafíos del TOC: aceptar que no hay control absoluto, pero sí un camino posible hacia la calma.
Claudia Malvaso
Psicologa

