Otra vez aspiraste a un puesto de supervisora y quedo él.
Otra vez tenías todas, todas las de ganar para ser Directora y quedó él.
Sin duda estas mejor capacitada para ese alto cargo en la empresa, pero te dijeron “otra vez será” y quedo aquel, que sabes que no sabe ni la mitad que vos.
¿Qué es todo esto?
Esto es moneda corriente para muchas mujeres que intentan equilibrar el trabajo y la vida de madres.
Pero no solo es un problema que atañe a mujeres madres.
Aquellas que aún no son mamás, o aun no decidieron si quieren serlo o no, también se encuentran en esta situación.
Las desigualdades que existen en el ámbito laboral entre hombres y mujeres, no es un tema ajeno para nadie.
Los empleadores suelen ver al hombre como un agente laboral, mas entregado al trabajo, quien deja de lado su rol de padre y las tareas del hogar en pos de su labor remunerado.
En cambio la mujer es, definida desde siempre, quien se encarga de la casa y del cuidado de niños y/o enfermos, dejando su desarrollo profesional en un segundo plano.
Es por esto, que las posibilidades de ascenso de una mujer en el ámbito laboral, son muy pocas, aun siendo la persona más idónea para el puesto.
A esto se refería Mabel Burin (Doctora en Psicología Clínica y especialista en Estudios de Género y Salud Mental) cuando planteo el concepto de techo de cristal.
“Se denomina así a una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, que nos impide seguir avanzando. Su carácter de invisibilidad viene dado por el hecho de que no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos, ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación, sino que está construido sobre la base de otros rasgos que por su invisibilidad son difíciles de detectar”.
Esto se debe a una discriminación laboral por género, que decanta de una cultura patriarcal que claramente no deja de estar inmersa en los distintos tipos de organizaciones.
La ya conocida asignación de roles sociales por parte de esta cultura, ubica a la mujer dentro del esquema familiar y social, que la deja en la base de la pirámide económica. A esto se hace referencia cuando se habla de “Suelo pegajoso” dando cuenta de la imposibilidad de las mujeres de ascender hacia cargos jerárquicos.
Mientras tanto, es el hombre que puede (y debe) aspirar a lo más alto de dicha pirámide. Dejando completamente de lado (y hasta siendo justificado su comportamiento desde la sociedad) su rol dentro de la vida familiar.
Hombres que aunque quieran, no tienen la posibilidad de anteponer su rol de padre o su vida personal al trabajo porque no es lo que se espera de ellos.
Mujeres que no son tenidas en cuenta para puestos de decisión aunque estén completamente capacitadas para ellos.
Esto resulta en mujeres que “se dan por vencidas” y terminan obteniendo trabajos de menor paga a pesar de trabajen la misma cantidad de horas que los hombres, lo que decanta también en un inmenso sentimiento de frustración.
Todo esto se justifica con diferentes argumentos.
Por un lado se supone que la mujer es muchos menos competitiva que el hombre, así como también se dice que es mucho más emocional, que tiene facilidad para las relaciones interpersonales así como para empatizar con el otro. Características que no serían propias de un Jefe. Esto mismo, la llevaría a tener mayor dificultad para mantener la autoridad respecto de sus empleados.
Claro está que la dificultad para reasignar las tareas del hogar a los hombres, lleva a que las mujeres se encuentren sobrecargadas de trabajo dentro de la casa y respecto de los hijos, lo cual le dificultaría poder sostener el ritmo laboral requerido para posiciones elevadas dentro del mundo del trabajo.
Claramente todo esto decanta de una definición de los estereotipos sociales que vine desde hace años organizando la cultura.
La mujer como el sexo “débil”, más emocional, sumiso respecto del hombre y sensible, de quien se espera que se dedique a la casa y la maternidad.
Mientras que el hombre, es representante del sexo “fuerte” el dador, potente y quien posee las características necesarias para llevar a cabo tareas de alto nivel jerárquico.
En los últimos años, todas estas cuestiones se pusieron sobre la mesa y se comenzaron a vislumbrar algunos cambios.
Fueron aumentando los números de mujeres en cargos directivos, pero no de manera significativa.
Aun así, algunas organizaciones, mantienen cierto resquemor en modificar estos modelos segregativos que funcionan de manera expulsiva respecto de las mujeres, y sobre todo de las mujeres madres, haciendo que las mismas queden cada vez más por fuera del mercado laboral.
Se requiere un cambio profundo, un cambio de raíz.
Eliana Patterer
eliana.patterer@gmail.com
Lic. en Psicología
Especialización en Maltrato en la Infancia
@emesmujerymama