Los profesionales de la ayuda, también pueden necesitarla

¿Cómo promover el bienestar de las personas siendo profesionales de la ayuda mientras lidiamos con nuestras propias emociones?

los profesionales de la ayuda, también tenemos dificultades para gestionar nuestras propias emociones en la vida cotidiana.

Muchos terapeutas, nos encontramos con el desafío de estar ayudando a un consultante a regular el enojo o a resolver positivamente los conflictos. Mientras esto sucede, podemos nosotros, estar atravesando problemas personales que, aunque no queramos, afectan a la calidad de nuestro trabajo.

También es común en los profesionales de la ayuda, sufrir un desgaste y una sobrecarga emocional que impiden ayudar efectivamente al otro.

Por esto es tan necesario contar con un espacio de escucha y supervisión que nos permita aceptar y trabajar nuestras emociones para que nuestra ayuda pueda ser efectiva.

Pero ¿Cuándo ayudar es “efectivo”?

Desde la mirada del Counseling, una profesión basada en la orientación para el desarrollo personal, una ayuda efectiva implica, entre otras cosas, ser conscientes de los propios sentimientos y contenerlos mientras se escuchan los problemas de los otros.

La autoexploración y autocomprensión profunda de quien ayuda es un requisito fundamental desde este punto de vista.

Pero, a veces, sentimos que nuestra ayuda es insuficiente para generar en el otro un bienestar o aprendizaje. Puede pasar que sintamos que no podemos seguir atendiendo a un paciente/consultante por no tener herramientas para el abordaje o porque nos afecta emocionalmente.

En ambas situaciones, derivamos a otro colega. Nos alivia pensar que hacemos lo correcto. Si bien nos genera a veces frustración “le encontramos la vuelta”.

Pero en otros casos, la resolución no es tan sencilla, ya que la insuficiencia de la ayuda se da por causas externas al consultante, como puede ser un entorno desfavorable, y no a causa nuestra.

Me acuerdo de cuando empecé a acompañar en la escuela a un niño que se frustraba a menudo cuando algo no le salía como quería. Con apenas seis años, lloraba diciendo que era un “fracaso”.

Yo me preguntaba y le preguntaba de dónde había sacado esa idea. Y luego supe de sus padres “ausentes”, que no atendían sus necesidades, aun tratándose de temas de salud.

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Con el tiempo fui notando que el ámbito escolar no ayudaba y acrecentaba el malestar que el sentía. El trato de la docente no era muy afectuoso. Para ella “le faltaban límites”, una frase que escuché una decena de veces en mi trabajo como acompañante escolar.

¿Qué podía hacer yo frente a esto? ¿Cómo podía ayudar a este niño a acrecentar su autoestima con este panorama?

El año que duró el acompañamiento intenté, lo más que pude, contrarrestar esa imagen que tenía de sí mismo, validando sus emociones y haciéndole ver todo lo bueno que podía hacer y “ser”. Notaba que mi trato afectuoso y empático daba buenos resultados. ¡Sentía que lo estaba ayudando!

Pero, no obstante, entré en una crisis de fé al pensar que esos cambios iban a ser fugaces, ya que se desvanecerían al volver a su casa. Sabía que, al día siguiente, tocaba volver a ayudar a sanar esa herida que probablemente perdurara en la edad adulta. Y esa decepción repentina se generalizó a toda mi profesión.

¿” De qué sirve mi trabajo” ?, pensaba.

Mi desánimo empezó a notarse. Me costaba gestionar lo que sentía.

Gracias a mi terapeuta pude ser consciente de mis emociones y gestionarlas para continuar mi trabajo.

Gracias a la terapia entendí que mi creencia era errónea: siempre es posible ayudar efectivamente a pesar del entorno. Las palabras sanan, el afecto sana.

La clave está en cambiar las expectativas. Si bien no podemos “salvar” o “rescatar” a las personas, podemos hacer que en nuestro vínculo encuentren un lugar seguro, sin juicios ni castigos. Un ambiente en donde los chicos “sí tienen límites” y el límite es el amor.

Tal vez este pequeño recuerde un día que hubo un Otro en la escuela que le prestó atención, lo escuchó y lo validó en sus emociones.

Tal vez eso lo lleve a acudir a un espacio de terapia, queriendo encontrar el mismo trato empático que le dió aquella acompañante en su escuela primaria.

Virginia da Ressurreicao

Psicopedagoga – Acompañante terapéutica

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