El diagnóstico de mi hija, mi dolor

Hoy: El diagnóstico de mi hija, mi dolor

En un mundo todos debemos seguir patrones para encajar, para ser aceptados, irrumpieron estás nuevas infancias, con una sensibidad extrema que nos vienen a mostrar otra realidad. Titulamos a esta nota: El diagnóstico de mi hija, mi dolor

Como padres no existe deseperacion más grande que ver qué nuestros hijos no pueden expresarse o ser comprendidos. Y no encontrar las herramientas o el famoso diagnóstico, para con la verdad, poder avanzar y trabajar en la superación.

TGD, trastorno generalizado del desarrollo en el habla, ese es el diagnóstico para Victoria, una de nuestras hijas.

Cómo padres, sabemos que algo no se está desarrollando con normalidad, pero ¿Qué es normal y cúal es el tiempo adecuado?

Siento que falta mucha información. Creo que a estos niños cuando no se les puede diagnosticar o encuadrar en una patología, automáticamente se los clasifica o en TGD o en TEA. Olvidándose que son seres humanos, niños inocentes, únicos e irrepetibles. Con familias que se ocupan y se preocupan, llenas de miedos, de angustias y de incetidumbres.

Y nos cargamos todos como familias mochilas pesad+isimas, y salimos a la vida algunos más curtidos, otros más sumisos, a intentar protegerlos de un sistema educativo y social que no está preparado para la inclusión.

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En dónde al diferente se lo excluye, dónde quien no acompaña al rebaño es derivado por el sistema educativo, cuan médicos, a los psicólogos, neurólogos y fonoudiólogos entre otras tantas especialidades.

¿Y bajo qué criterio se lastima con tanta libertad e impunidad? ¿Y bajo que ley nos golpean directo al pecho a los padres y toda una familia hostigándonos para que desistamos del derecho a la educación de nuestros hijos.?

Nos desarman, ese creo q es el calificativo más adecuado que encuentro. Y he escuchado muchos más crueles y cargados de odio, culpa y frustración sobre los propios niños. Es increíble como todo falla para que las familias se sientan culpables.

La niñez debe ser libre, sin estereotipos, sin tiempos para crecer, para aprender.

Escribo este artículo con un dolor tan grande en el alma, porque estamos viviendo en todo momento dos mundos. Dos realidades en simultáneo, es como si parpadeasemos y la inclusión es la palabra de moda y al parpadear nuevamente el mundo se vuelve frío e indiferente.

Los adultos tenemos una materia pendiente con la vida, la de empatizar y en lo personal estoy en la recta final, dando los parciales.

Sentí mucho dolor al recibir un diagnóstico tan incierto y tan abarcativo que no me conformó.

Estoy conociendo las necesidades de mi hija y sus tiempos luego de haber llorado mucho, de llegar al extremo de no saber si mi alma podría soportar ver tanta injusticia, tanta indiferencia ante un hijo y pensar en dejarme ir, en por primera vez abandonar.

Después veo a mi hija, la beso tanto, huele a flores, me dice papá, pronuncia frases sueltas y se ilumina hasta la noche más oscura.

Intenté hacer tantos pactos con la luz y la oscuridad.

Recorrí tantos curanderos, sanadores.

Recé y me aferre a tantas imágenes.

Hasta que me dí cuenta que debía aceptar, tomar la mano de mi hija y ayudarla a caminar juntos.

Nutrir nuestra relación con amor, lo único que puede transformar y doblegar hasta el corazón y la realidad más dura, el amor.

Ariel Vijarra

Acunar Familias

acunarfamilias@gmail.com

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